martes, 12 de julio de 2016

La estatua olvidada de Héctor Espino ¿El proyecto para derruir un estadio?




En la sección occidental de la ciudad de Hermosillo, a diez kilómetros del centro de la capital del Estado de Sonora, fueron a tirar una estatua que durante años estuvo en el estadio Héctor Espino, cuidadosamente resguardada por las rejas que protegían el inmueble.



No es posible distinguirla a la distancia, se requiere avanzar durante varios minutos por la calle desolada, hasta distinguir a lo lejos una pequeña formación rocosa que en sus partes más altas no alcanza los 20 metros de altura.



Por fin, a menos de 300 metros del sitio, se alcanza a distinguir la estatua dedicada a Héctor Espino. Un hombre que dedicó su juventud a jugar al béisbol en México, y con ello, a repartir felicidad entre sus seguidores.



Algunos datos

Valen la pena algunos datos, útiles para quienes desconocen este asunto del béisbol en México. En este país hay dos ligas muy importantes de este juego. Una de ellas: la Liga Mexicana, lleva a cabo sus juegos en verano, casi coincidiendo con las ligas mayores de los Estados Unidos; la otra: llamada Liga Mexicana del Pacífico, inicia en octubre y cierra sus actividades en enero del siguiente año. Debido a que se trata del periodo en el que las acciones del béisbol estadounidense entran en receso, algunos jugadores de esas ligas de primer mundo consiguen el permiso debido y se atreven a incursionar en la del Pacífico, dando con eso más variedad y mayor nivel en la calidad del juego.

En la Liga Mexicana jugó Héctor Espino durante más de dos décadas y cambió de equipo varias veces. En cambio, en la del Pacífico se mantuvo siempre con los Naranjeros de Hermosillo, donde fue tan apreciado que al nuevo estadio le pusieron su nombre.



En el Internet es inmediato conocer algo de la historia del estadio Héctor Espino, de sus dimensiones y de algunos de los eventos de béisbol más relevantes que ocurrieron allí.



Lo que no es fácil saber son las razones que podrían tener unos empresario-gobernantes que posiblemente planearon demolerlo para hacer en su lugar alguna clase de fraccionamiento que, en el papel, podría redituar negocios importantes.



El estadio está a menos de 5 kilómetros del centro de la ciudad de la ciudad de Hermosillo y unido al estacionamiento que lo rodea, tiene una extensión de casi 7 hectáreas.




Si cada metro cuadrado fuera valuado en mil pesos, serían casi 70 millones de pesos.
Si cada metro cuadrado fuera valuado en dos mil pesos, serían casi 140 millones de pesos.



Pero como bien podrían valuarlo en tres mil pesos por metro cuadrado, estaríamos hablando de más de 200 millones de pesos.
O tal vez en cuatro mil, o cinco mil, vaya Usted a averiguar. Todo en una operación surgida aparentemente de la nada.

¿Quién fue Héctor Espino?

¿Pero por qué ocuparse de este jugador de béisbol? Pasemos ahora a ese punto.
Yo no ingresaba todavía a la primaria cuando empecé a escuchar sobre un bateador que jugaba para el equipo de béisbol de Hermosillo. Era un joven originario de Chihuahua y provocaba comentarios enjundiosos porque las carreras que impulsaba llevaban al triunfo al equipo local con bastante frecuencia. Recuerdo que entendía lo escrito en los periódicos porque mi madre me había enseñado a leer y también tengo en mi memoria que era una habilidad con la que sorprendía a los adultos porque a mi edad la lectura era algo inesperado.



Más de veinte años después, cuando yo había terminado mis estudios de maestría en física y era profesor universitario, seguía escuchando sobre las actividades de un beisbolista que continuaba bateando hits a pesar de que los lanzadores lo conocían muy bien y trataban de evitar que conectara la bola con comodidad.



Se llamaba Héctor Espino, nació el 6 de junio de 1939 y se retiró en 1984, cuando cumplía casi los 45 años de edad, después de jugar al béisbol durante 24 años. Apenas un año antes, el “viejo” Espino había ganado otro campeonato de bateo. Así de larga fue la carrera deportiva de un hombre callado, sumamente reservado y extremadamente poderoso cuando lograba hacer contacto de lleno con la pelota que le lanzaban.



El oficio de batear

En el béisbol, el trabajo de batear es quizá la actividad más difícil para los profesionales de ese juego. Suele medirse la eficiencia de un bateador mediante una operación aritmética en la que se divide el número de hits conectados entre el número de veces oficiales al bat. Es tan complicado que un beisbolista que logre una fracción por encima de 0.300 es considerado un excelente bateador, lo cual significa que ha acertado en el 30% de las veces que se presentó a batear.



Para quienes no saben de béisbol, les diré que un hit es el objetivo inicial de un bateador y que éste puede lograrse de varias formas pero la mayoría de las veces ocurre cuando la bola que batea viaja pegando en el suelo al menos una vez y él logra llegar a la primera base, corriendo, antes que la pelota. Cuando solamente alcanza a llegar a esa base se llama hit sencillo, cuando alcanza a llegar a la segunda base recibe el nombre de hit doble, si llega hasta la tercera base resulta ser hit triple. Si logra dar la vuelta completa le llaman home run (en Inglés), o cuadrangular en Español. En este último caso se debe, casi siempre, a que la pelota viajó más lejos que la barda que delimita el campo de juego, pero sin hacerse a la izquierda, ni a la derecha, de dos líneas oblicuas que también indican el campo donde se debe jugar.



Es muy raro que un bateador logre un cuadrangular sin que la pelota abandone el campo de juego. Normalmente lo pueden lograr los beisbolistas que son extremadamente rápidos, pero ese no era el caso de Héctor Espino.



Algunos datos para quienes no conocen el juego del béisbol

Al campo de juego donde se practica el béisbol suelen llamarle el diamante, lo cual se comprende de inmediato si uno ve el diseño del sitio. Apoyados en la siguiente figura aprendemos que hay dos líneas muy largas (blancas) que señalan la zona donde las jugadas son aceptadas, forman entre si un ángulo de 90 grados y miden cuando menos 90 metros de longitud. La línea curva (roja) que limita la zona en la parte superior cierra el espacio donde se desarrolla un partido de béisbol. Sobre esa línea se construye una cerca alta, muchas veces de madera, que recibe como nombre: la barda.


En la parte inferior puede distinguirse un rectángulo girado a 45 grados con un círculo en medio (donde hay una letra P) y otro en la parte inferior (donde hay un 0). En donde está la letra P se ubica un jugador que llaman: pítcher, mientras que el bateador se acomoda donde se encuentra el 0.

Detrás del bateador se acomoda (en cuclillas) un jugador contrario que recibe el lanzamiento enviado por el pítcher. Se trata de una pelota cuyo diámetro es de 7.16 centímetros y puede viajar a 125 kilómetros por hora cuando se trata de lanzamientos curvos. O bien, hasta más de 160 kilómetros por hora cuando se recurre a lanzamientos muy rápidos que llaman rectas.

Cuáles lanzamientos utilizar depende de las habilidades personales de cada lanzador (pítcher), del momento del juego en que se encuentran, del conocimiento que se tiene de la capacidad del bateador, etcétera. Modernamente se recurre a las estadísticas para saber cuáles son los puntos débiles de cada persona que pasa al círculo donde se encuentra el 0.

Abajo a la izquierda, y simétricamente a la derecha, están dos círculos donde espera el bateador que sigue en el turno.

Como ya mencioné, batear con éxito no es fácil porque, además del pítcher y del receptor (colocado donde está el 0), están presentes otros siete jugadores que defienden el interés de un equipo. Éste consiste en evitar que el bateador coloque la bola entre ellos, haciéndola tocar el suelo lo suficientemente lejos para que le de tiempo de llegar corriendo al sitio donde se encuentra el número 1 (la primera base). A veces la colocación del batazo es tan exitoso, y el bateador es tan veloz, que puede llegar corriendo al punto donde está el número 2 (la segunda base) o a donde se localiza el 3 (la tercera base). Si logra dar una vuelta completa, se entiende que han anotado una carrera. Cuando el bateador logra hacer que la pelota que batea viaje hasta el otro lado de la zona limítrofe (línea roja) sin salirse del ángulo marcado por las líneas blancas de la figura, se reconoce como un cuadrangular (home run en Inglés) y tiene derecho a dar la vuelta completa sin ser molestado, hasta anotar una carrera, y además, llevarse por delante a todos los compañeros suyos que antes habían alcanzado una de las bases.

El resto de las reglas pueden ser consultadas en Internet en los sitios dedicados a explicar ese juego y sus normas. El único propósito en esta contribución al blog es hacer ver al lector lo difícil que es tener éxito.

¿Quiénes son los ídolos de una población?

¿Pero a quienes sí se aprecia en México?
En general, para el pueblo mexicano, y tal vez así es en todo el mundo, sucede que la gente desarrolla una alta estimación por aquellas personas que le proporcionan alguna clase de momento agradable directo. Sean deportistas, cantantes, compositores musicales, y en menor medida, poetas o escritores. No es el caso de quienes han contribuido a dar esa felicidad indirecta que resulta de la existencia de una medicina, de un avance tecnológico, de un conocimiento científico profundo, o de la simple enseñanza eficiente en una actividad humana. Esto sucede con los pobladores de la ciudad de Hermosillo, quienes pueden recordar a los artistas, pero jamás a los profesores ni a los científicos.

A manera de botones de muestra, contaré aquí que el día en que murió el Doctor Leopoldo García-Colín, especialista en física estadística, autor de varios libros, de una gran cantidad de artículos científicos y formador de varias decenas de físicos mexicanos, me enteré por un correo electrónico que circuló internamente en mi centro de trabajo. No fue noticia en ninguno de los noticieros que entonces acostumbraba atender.

Cuando murió José María Pérez Gay, un escritor y traductor mexicano que también había sido integrante del cuerpo diplomático de México, le dedicaron espacio en los noticieros nacionales, pero prestando poca atención a su innumerable obra de traducción al español de autores como Johan Goethe, Thomas Mann, Franz Kafka, etcétera, como parte importante de una larga lista de trabajos suyos.

Pero el día que murió Roberto Gómez Bolaños, libretista de varios programas propiedad de televisa, la cadena de televisión que controla la política interna mexicana, armaron un revuelo pavoroso. Parecía que el más grande de los héroes nacionales había vuelto a nacer para morir de inmediato.

Así es la mentalidad del pueblo mexicano, y por supuesto, también del hermosillense. Y a esta gente que le controlan todo lo que ve por la televisión, o escucha por la radio o lee en los encabezados de primera plana de los periódicos, le privan de uno de sus ídolos locales.

Poco a poco, para que apenas se note, van dejando morir el estadio Héctor Espino, donde estaba la estatua que fueron a tirar. Posiblemente se trata de que le salgan dueños al terreno y logren comercializar esa extensión que se encuentra a unos cuantos kilómetros del centro de la ciudad de Hermosillo, que comprende más de 68 mil metros cuadrados y que está conectado por dos de los boulevares más transitados de la ciudad.

Los datos escritos por los hombres que saben de béisbol.

Según datos de Fernando Conde, quien escribió “Campeones de bateo Liga Mexicana del Pacífico”, Héctor Espino conectó 1 824 hits, de los cuales 260 fueron hit dobles y 299 fueron cuadrangulares. Con su bateo impulsó 1 mil 097 carreras, anotó él mismo 947 de ellas, jugó 1 552 partidos y asistió 5 mil 544 veces al bat.

Escribe Fernando Conde que su promedio de bateo en su vida es de 0.329. El más alto de quienes han participado en la liga que reporta en su artículo.



Además del porcentaje de 0.415 de Héctor Espino en la temporada 1972-1973, solamente dos bateadores han logrado batear arriba de 0.400 en la temporada regular del béisbol invernal. Son Matías Carrillo en el periodo de juego 1992-1996, jugando para el equipo de Mexicali, con 0.402; y Sandy Madera, en la temporada 2009-2010, con 0.409, cuando jugaba para el equipo de Los Mochis.

Atendiendo a los datos de Fernando Conde, se puede afirmar que cada vez que Héctor Espino jugó al béisbol conectó al menos un hit, de modo que era muy improbable asistir a verlo jugar y no presenciar uno de sus batazos exitosos. Siguiendo esos mismos datos, se infiere que conectaba un cuadrangular cada cinco juegos. En promedio, por supuesto.

Los próceres que sí merecen ser recordados

Por supuesto que hay próceres oficiales. Son esos cuya memoria sigue siendo muy bien atendida y aquí cito varios ejemplos:

En atención al derecho, Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón son un par de golpistas similares a Victoriano Huerta. Cuando supieron que el entonces Presidente de la República, Venustiano Carranza, favorecería a alguien distinto para que lo sucediera en la presidencia, le dieron un cuartelazo para quitarlo del poder.

Para sus estatuas se guardan los mejores lugares, como ésta, dedicada a Álvaro Obregón, en una de las arterias principales de la ciudad de Hermosillo.




O bien la dedicada a Plutarco Elías Calles, colocada en la misma vía de comunicación urbana.



Es el paso de cualquier turista que, moviéndose en automóvil, atraviesa la ciudad proveniente del sur del país para dirigirse hacia el norte, y viceversa. Por ejemplo, la ven todos los paisanos que viajan desde California, y a veces desde Washington State, a visitar a sus familiares en Nayarit, Jalisco, o más lejos.

Se llama Boulevard Abelardo L. Rodríguez, en honor a un amigo de los dos mencionados anteriormente, quien siendo gobernante del Estado de Sonora mandó hacer un enorme edificio que supuestamente sería museo y biblioteca de la Universidad de Sonora.



Y quizá él mismo, o algún lambiscón deseoso de quedar bien con el señor, mandó colocar una estatua gigantesca en el vestíbulo que separa las dos alas del enorme edificio



En 1920 Álvaro Obregón se había declarado candidato a la presidencia del país, mientras una agrupación denominada "Liga Democrática" manifestaba su apoyo a otro general: Pablo González. Por su parte, Venustiano Carranza se inclinaba por un civil: el ingeniero Ignacio Bonillas. Un hombre nacido en Hermosillo, con título de ingeniería en Boston, quien a su regreso a Sonora, había recibido la encomienda de trazar la que después sería la población de Nogales, en el año de 1884. Posteriormente, este mismo ingeniero trazaría el fundo legal de la población de Santa Ana.

Descontentos con el apoyo de Carranza a Bonillas, Calles y Obregón lanzaron el Plan de Agua Prieta el 29 de abril de 1920. Acusaron a Carranza de haberse constituido en el jefe de un partido político, de burlar el voto popular, suspender las garantías individuales y atentar contra la soberanía de los Estados. Lo desconocieron como Presidente de México e hicieron lo mismo con varios gobernadores que lo apoyaban. El mundo se le vino encima al presidente, es decir, la mayoría del ejército. El asunto se resolvió cuando el 21 de mayo de 1920, durante su escape rumbo a Veracruz, Carranza fue asesinado, mientras dormía en una choza, por un grupo organizado por el general Rodolfo Herrero.

No hubo proceso legal en contra del Presidente. A Herrero se le hizo juicio en la Secretaría de Guerra y fue dado de baja como consecuencia de eso, pero sólo para regresar al ejército en 1922 para combatir al general Lindoro Hernández. Un año después combatiría también la rebelión de Adolfo de la Huerta, quien se oponía al Presidente Álvaro Obregón y a su candidato a la presidencia: Plutarco Elías Calles. Dicho en lenguaje coloquial, el proceso contra el asesino de Carranza fue solamente “para taparle el ojo al macho”.

Todos mataron al presidente en turno, la diferencia entre estos dos confabulados, declarados próceres nacionales, y Victoriano Huerta, es que este último perdió su guerra, mientras Calles y Obregón ganaron la suya.

Las castas políticas que siguieron después han vivido agradecidas, hasta el grado de que hay cientos de estatuas en México para ellos y cuentan con una historia oficial que enaltece sus virtudes, agradece sus servicios a la patria y pretende desconocer la naturaleza sanguinaria de su conducta.

Empresarios sin ideas pero con muchas conexiones

En Sonora, y probablemente en México, no abundan los empresarios que adquirieron su riqueza introduciendo nuevos productos, ni mejorando la calidad de los existentes. No inventaron ninguna salsa que se venda por millones, ni contribuyeron a crear empresas de innovación tecnológica.

Vean como ejemplo la gráfica cuyo pie de figura dice: "Average rating of top three universities. Number of patents filed per unit GDP. La encuentran en la siguiente dirección:
http://www.economist.com/blogs/graphicdetail/2015/09/global-innovation-rankings

¿Dónde encontraron la palabra México?

En algunos casos nuestros empresarios son los descendientes de los primeros hombres blancos, o tal vez mestizos, que llegaron a Sonora para desplazar a los indios con la punta de las bayonetas montadas en fusiles que empuñaban otros indios.

En el peor de los extremos, se trata de políticos venidos a empresarios que manejaron la información y se apropiaron de los cinturones de terrenos que rodeaban a las ciudades en expansión. Compraron, o se apropiaron, de terrenos baratos en extremo y esperaron o incentivaron la llegada de la mancha urbana para vender en 500 pesos el metro cuadrado que les había costado 1, o quizá 10 pesos.

Esta clase de empresarios no pueden tener paz. Necesitan estar siempre en la jugada para proteger sus intereses, no vaya a ser que uno de estos días (en un gran mal para ellos) alguien busque en los papeles viejos para encontrar los hilos de las componendas. Quizá terrenos que fueron ejidales, tal vez viudas desamparadas o mal aconsejadas. O peor también, el abuso surgido de torcer la ley de la mano de quien debería hacerla respetar.

Por eso mismo se puede especular que quizás ahora se trata de desaparecer un estadio dedicado a un jugador que repartió alegría para una población hermosillense. Un pueblo pobre que, en esas lides del juego del béisbol, encontró el antídoto para escapar, aunque fuera por unas horas, o unos días, de una realidad que lo apabullaba.