sábado, 20 de julio de 2019

A cincuenta años de la llegada a la Luna





Han pasado cincuenta años, pero todavía recuerdo la tarde en que narraron por la radio el momento preciso en que un ser humano bajaba por una escalerilla y pisaba la Luna. Recuerdo dónde estaba, y también, cuál era la actividad que estaba desarrollando en esos momentos.

El de 1969 fue un año malo para nosotros, así se decía en la jerga de los campesinos cuando la naturaleza nos negaba una temporada de lluvias suficientemente copiosas como para regar las cinco hectáreas prestadas que mi papá sembraba con sorgo, maíz y calabazas. La temporada de lluvias estuvo plagada de irregularidades: sitios donde llovió normalmente rodeados de regiones donde no caía una gota de agua.

El 20 de julio de 1969, pasado el medio día, hacía un calor poderoso, con un Sol brillante que caía sobre nuestras cabezas. Pasada la una de la tarde anunciaron en un noticiero que el módulo lunar estadounidense acababa de posarse en la Luna. Varias horas después, faltando unos minutos para las siete de la tarde, hora de Sonora, México, escuchamos de nueva cuenta una narración directa en la que una voz en nuestro idioma contaba lo que seguramente veía en algún monitor de televisión. Neil Armstrong y Buzz Aldrin estaban sobre la superficie de la Luna mientras Michael Collins orbitaba esperándolos en la nave Apolo.

Para nosotros los satélites artificiales eran cosa de todas las noches. Durmiendo al aire libre en el patio de la casa, veíamos el cielo plagado de estrellas antes de conciliar el sueño, y de pronto, casi siempre de noroeste hacia sureste, pasaba una luz tenue que viajaba en una ruta muy definida. Una cantidad pequeña de estas luces movibles que avistábamos se movía a mayor velocidad y de norte a sur. Con los años pudimos averiguar que esas eran las trayectorias útiles para los satélites artificiales dirigidos al espionaje, pero su velocidad más alta la pude explicar sólo cuando estudié un poco de mecánica celeste, como un subtema de una de mis clases de la licenciatura en Física.

Los viajes espaciales eran un tema recurrente porque al sur de Estación Moreno, y para ser más precisos al este de Empalme Sonora, había en los años 1960 una estación rastreadora de los vuelos al espacio que realizaban desde los Estados Unidos. En las noticias locales se presumía como si se tratara de un logro regional, pero se ocultaba lo que nos contaban los ferrocarrileros asentados en Empalme: que grupos locales de izquierda hacían manifestaciones en contra de la presencia de esa instalación en la cercanía de la ciudad.

La estación rastreadora tiene su propia historia y la he escrito en el portal “Física Historia y Asuntos Universitarios”. Allí hay fotos que tomé personalmente hace años y es de relevancia porque, después de que fue desmantelada, los terrenos que ocupaba, así como las construcciones, fueron donados a la Universidad de Sonora. Como indico en mi blog, todo parece indicar que estos se perdieron por el desinterés de las autoridades universitarias a lo largo de casi cinco décadas.



La instrumentación necesaria para llegar a la Luna fue publicada varias veces en revistas de origen estadounidense que llegaban a Estación Moreno como parte de una suscripción que mantuvo mi padre hasta el verano de 1970. Año en que el gerente de la empresa minera para la que trabajaba le quitó el trabajo sin pagarle la última quincena, sin derechos de antigüedad y pretextando una cantidad de supuestas razones que nos enseñaron, en carne propia, como es esto de la justicia en México.

Las gráficas y maquetas de los artefactos espaciales eran presentados con enorme detalle. Hasta el punto que generaron en mi una curiosidad que se tradujo en un enorme interés por todo ese asunto de las órbitas en torno a la Tierra, en torno a la Luna y al Sol. Era enorme la certeza que destilaban esas publicaciones, tanto que generaron en mi la idea de que no había posibilidad de error.

El sistema era sencillo pero requería mucha precisión en la orientación y el tiempo de funcionamiento de los motores. Las tres primeras etapas del cohete Saturno V pondrían en órbita en torno a la Tierra al vehículo que iría a la Luna (número 1 en la figura). Después, un cuarto cohete se encendería para poner al conjunto en una órbita terrestre con forma de elipse con excentricidad muy grande, es decir, de forma tan elongada que la acercaría a la Luna (número 2 en la figura). Cuando eso ocurriera el mismo cohete se encendería para detener ligeramente la nave y acomodarla en una órbita lunar (número 3 en la figura). Allí se quedaría para que se desprendiera el modulo lunar y descendiera (curva corta sin numerar).


Desde la inocencia que me daba mi ignorancia, pensaba que el planeado viaje a la Luna no era como el de Cristóbal Colón hacia América, o el de Juan Sebastián Elcano para circundar la Tierra. Creía que todos los problemas técnicos estaban satisfactoriamente resueltos y los movimientos calculados. Era así, pero no hasta el punto en que yo suponía. Muchos años después supe que ninguna empresa aseguradora de los Estados Unidos había querido vender un seguro para las familias de los astronautas por si estos “llegaban a faltar”, como dicen los vendedores de esas pólizas. Después de consultar a expertos, concluyeron que la tecnología era tan mala que los riesgos de pérdida sobrepasaban los cálculos estadísticos que garantizaban su ganancia. Fiel a su estilo, el recurso del gobierno aquél fue vender bonos de apoyo que permitieran concentrar un capital que sería dedicado a la manutención de los hijos y la esposa si el astronauta fallecía como consecuencia de algún accidente.

En la prensa y la literatura a nuestro alcance se hablaba de una “carrera espacial contra los rusos”, pero años después aprendería que la frase: “la carrera a la Luna” estaba llena de cuestionamientos. 

 ¿Hubo realmente una Carrera a la Luna?

La pregunta se ha mantenido durante más de cincuenta años, pero la excesiva secrecía con la que se manejaban los asuntos públicos en la antigua Unión Soviética no permitieron dar con respuestas precisas. Con la desaparición de ese país se empezaron a liberar algunos documentos oficiales. De los archivos históricos resultó que en 1960 se había realizado un cónclave político militar en las costas del Mar Negro. Allí, militares del más alto nivel habían hecho saber a los políticos correspondientes que lo más importante para la URSS era la seguridad del país, y en consecuencia, los esfuerzos de la industria del acero, de la química y del sistema armamentista, tenían prioridad por sobre todos los sueños de viajes interplanetarios. A partir de ese momento quedó claro que intentarían alcanzar la paridad con los Estados Unidos en bombas nucleares y misiles de largo alcance. Cosa que lograron antes de 1970.

Pero como suele suceder, el pensamiento romántico se abría paso por encima de todas las limitaciones y obstáculos presupuestales que pudiera poner enfrente una burocracia que en aquellos años empezaba a oler a rancio. En la Unión Soviética continuó con sus actividades un conjunto de soñadores que buscaba y obtenía apoyo para realizar viajes espaciales que iban más allá de la llamada: seguridad nacional.

Rechazar los vuelos al espacio en la Unión Soviética no era políticamente sencillo, pues como veremos más adelante, los logros alcanzados por esa creciente colección de profesionales interesados en el tema eran muchos y le había dado a esa nación un prestigio y una presencia internacional incuestionable.

En el año de 1958, el científico James van Allen, nacido en Iowa en 1914, encontró que los datos del satélite Explorer indicaban la existencia de regiones en la vecindad de la Tierra que mostraban una enorme actividad eléctrica producida por partículas cargadas. Este hallazgo fue confirmado por dos sondas estadounidenses y una soviética entre 1958 y 1959. Los estudios posteriores permitieron concluir que había dos de estas regiones y que tenían forma de dona. El nombre que recibieron fue: cinturones van Allen.

La frontera más cercana de estas nubes de electrones y protones pudo ser ubicada cerca de los 600 kilómetros de altura sobre la superficie de la Tierra. La frontera más lejana se encontró a casi 36 mil kilómetros de altura.

Regresando a la actividad de los soviéticos. La potencia de los cohetes fabricados en la URSS se había venido probando desde principios de los años 1950.

El 22 de julio 1951 dos perros transportados en una cápsula alcanzaron los 110 kilómetros de altura. Los canes viajeros se llamaban: Dezik y Tsigán y fueron recuperados vivos.

El mundo fue sorprendido el 4 de octubre de 1957 porque fue puesto en funcionamiento el primer satélite en orbitar la Tierra. Se llamaba: Sputnik-1 y llevaba un transmisor de radio. Era una esfera de 58 centímetros de diámetro y tenía un emisor alimentado con baterías. Emitía ondas electromagnéticas en 20 y 40 mega hertz, que podían ser captadas por quienes tuvieran receptores sintonizados manualmente. Una grabación del sonido, así como algunos testimonios, puede encontrarse en la siguiente dirección de youtube:

En los Estados Unidos causó un impacto tremendo. La noticia fue dada el 4 de octubre en los noticieros de la noche y al día siguiente se podía sorprender a muchas personas volteando preocupadas hacia el cielo. El hecho generó una gran ansiedad en la población estadounidense, acompañada de una sensación de derrota y una crisis de confianza que fue inteligentemente aprovechada por varios sectores de científicos y de empresarios de aquel país.

La sensación de peligro creció porque el 3 de noviembre 1957 se anunció el vuelo de la perrita Láika, el primer ser vivo colocado en la órbita terrestre. Lo que no dijeron entonces fue que el pobre animalito había muerto muy pronto debido a que los controles de temperatura de la cápsula habían fallado.

A ese logro parcial siguió el del 15 de mayo de 1958, con el lanzamiento de Sputnik-3. Era una especie de laboratorio automático que tenía forma cónica, medía 3.57 metros de largo y 1.73 metros en la base. Pesaba 1 327 kilogramos y fue recuperado casi intacto de regreso a la Tierra. Contrastaba con el homólogo estadounidense, que se llamaba Vanguard 1, porque este último medía sólo 16 centímetros de diámetro y pesaba 1.470 kilogramos. Con su estilo arrogante y desparpajado, el primer ministro soviético, Nikita Jruchov, declaró que mientras ellos ponían en órbita grandes aparatos, los estadounidenses apenas lograban hacer volar una toronja.

Al año siguiente, el 14 de septiembre de 1959. La nave espacial Luna-2 alcanzó por primera vez la superficie lunar. Unas semanas después, el 7 de octubre de 1959, la nave Luna-3 pasó por el otro lado de la Luna y transmitió las primeras fotos de su cara oculta. La noticia llegó hasta nosotros por una radio de onda corta que mi padre había comprado, con una antena en la parte alta de la casa de dos aguas donde vivíamos. Lo recuerdo a él conversando con mi hermano mayor, semanas después, asombrados ambos, mientras observaban con incredulidad una enorme fotografía contenida en una revista llena de los nuevos nombres de los cráteres recientemente descubiertos. Decían que todos eran de rusos, pero para mi, que todavía no sabía leer, eran lo mismo en Ruso que en Español.


Un logro significativo fue obtenido el 19 de agosto de 1960, cuando por primera vez en la historia lograron poner en órbita y regresar vivos a los perros Belka y Strelka.

Como es bien conocido, el auge de los vuelos tripulados llegó el 12 de abril de 1961, cuando Yuri Gagarin, de 27 años de edad, realizó el primer vuelo espacial tripulado.

El primer contacto con un planeta fue realizado el 12 de febrero de 1961. Con el lanzamiento de la nave Venera 1 con destino a Venus. Una nave soviética anterior, la Luna 2, había descubierto la existencia del viento solar, una corriente de partículas desprendidas desde la corona solar. Esta vez se trataba de saber cuál era la extensión de ella y encontraron que inundaba todo el espacio recorrido. Desafortunadamente, el sistema falló conforme se aproximaba al Sol, de modo que regresó 
prácticamente sin datos del planeta Venus.

Dentro de las primicias soviéticas estaba también la primera mujer en el espacio. Su nombre es  Valentina Tereshkova y voló el 16 de junio de 1963. Era obrera en una fábrica de textiles y estudiaría después un doctorado en ingeniería aeronáutica para resolver un problema que ella había enfrentado durante su viaje al espacio.

Los líderes soviéticos tenían un problema ¿Cómo decirle que no a toda esta gente?

Oscilando entre las conclusiones terminantes de la dirigencia de la URSS, tomadas en el año de 1960, y las peticiones de los técnicos y científicos interesados en los vuelos espaciales, Nikita Jruchov recibió a Alexander Korolev en el Kremlin el 17 de julio de 1964, y después de una hora y 10 minutos de conversación, le prometió que lo apoyaría presentando al soviet supremo sus planes. A raíz de eso Korolev convocó a varias personalidades de la cohetería y las naves soviéticas para armar un plan que sería entregado por escrito. Constaba de un sistema amplio de exploraciones espaciales que incluían la Tierra, la Luna y viajar a Marte. En su primera propuesta proponían un sistema de tres vuelos: el primero para orbitar la Tierra, el segundo para orbitar la Luna y el tercero para que un cosmonauta descendiera a ella. La parte débil del proyecto, como se revelaría después, estaba en el cohete de impulso conocido como N1. Probablemente por las limitaciones presupuestales impuestas, Korolev redujo de tres a una las misiones para alcanzar la Luna entre los años 1967 y 1968.

Lo anterior ocurría después del muy citado discurso de John Kennedy. Sucedía que la población en Estados Unidos se sentía severamente rebasada por los rusos en aspectos tecnológicos y creían que su aparato científico, desde las raíces en su sistema educativo, estaba mal y muy atrasado. Sabiamente, los responsables de estos ramos aludidos guardaban silencio para que la presión se dirigiera hacia los políticos con poder de decisión presupuestal. Abrumado por el agobio de la prensa, el presidente Kennedy decidió que irían a la Luna. Pronunció un discurso que ahora es célebre y fue así como el 12 de septiembre de 1962 anunció que su país pondría seres humanos allá y los traería de vuelta sanos y salvos antes de que terminara la década de los años 1960. Muchos críticos saltaron de inmediato: el ex presidente D. Eisenhower declaró que gastar 40 mil millones de dólares para llegar a la Luna era una locura. El senador Barry Goldwater protestó porque los objetivos civiles estaban dejando de lado las metas militares, que él consideraba más importantes y lo hacía sin saber que coincidía con los generales y mariscales soviéticos. Kennedy fue a la Asamblea General de la ONU el 20 de septiembre de 1963 y pronunció un discurso en el que proponía una expedición conjunta con los soviéticos para llegar a la Luna. Al mes siguiente, octubre de 1963, Jruchov declaró que su país no tenía planes para enviar cosmonautas a la Luna. Ahora sabemos que aquéllo era cierto, pero en su momento nadie le creyó.

En los primeros años estaba funcionando el Proyecto Mercurio por parte de los Estados Unidos, cuyos vuelos eran monitoreados, parcialmente, con la estación rastreadora localizada unos kilómetros al este de Empalme, Sonora. Estaba por iniciar el Proyecto Géminis y se ordenó, en abril de 1963, la puesta a punto del Proyecto Apolo para viajar a la Luna.

Tenemos así que la decisión en los Estados Unidos estaba tomada desde 1963, mientras en el gobierno de los soviéticos seguían dudando. Esto no se notaba porque los éxitos “de los rusos” seguían apareciendo, el 12 de octubre de 1964 pusieron en órbita el primer vuelo de una nave espacial con varios tripulantes, Voskhod-1. Aunque la cápsula estaba diseñada para una tripulación con dos cosmonautas, las autoridades presionaron al equipo técnico para que fueran tres. También tuvo el alcance de ser el primer vuelo sin usar trajes espaciales. Enseguida vendría la Voskhod 2, con dos tripulantes, pero tal que uno de ellos realizaría la primera caminata espacial de la historia.

El Saturno V y el N1

El Saturno V era un cohete que medía 110 metros de altura y tenía una estructura cilíndrica. En la base tenía 10 metros de diámetro y constaba de tres etapas que servían para poner en órbita baja al conjunto que viajaría a la Luna. Lo harían tomando una órbita que atravesara los cinturones de van Allen por las regiones más débiles en cuanto a su densidad de partículas cargadas. El empuje inicial se basaba en cinco enormes motores F-1 que funcionaban durante dos minutos y medio. Había sido probado estáticamente en marzo de 1959 y había confianza en su funcionamiento. las pruebas estáticas consistían en fijar el motor a una instalación que resistiría su empuje y se le dotaba de instrumentos de medición para conocer la potencia desarrollada, las temperaturas alcanzadas, la magnitud de sus vibraciones, la estabilidad de su funcionamiento, entre otras pruebas necesarias. Las pruebas de vuelo se llevaron a cabo desde diciembre de 1964 y duraron todo el año de 1965. Usaba hidrógeno líquido como combustible y lo combinaba con oxígeno líquido para generar la reacción química y obtener el empuje deseado.

Como cerebro fundamental de este cohete estaba el ingeniero alemán Werner von Braun, creador de las bombas V2 con las que los ejércitos de Hitler habían bombardeado Londres en 1944 y 1945. Detrás del desarrollo de este motor había estado una lucha sorda con los técnicos de la fuerza aérea y de la marina, a través de las cuales se había financiado el desarrollo de los misiles Vanguard. Un proyecto que absorbió grandes cantidades de dinero en muy sonados fracasos. Tal vez había chovinismo y desconfianza en esa preferencia, pues von Braun había sido mantenido fuera de la jugada hasta entonces. Adscrito al ejército de los Estados Unidos seguía trabajando sin que lo invitaran al proyecto espacial. Sin embargo, el logro de los misiles intercontinentales R7 por parte de los soviéticos prendió las alertas. Estos tenían la bomba termonuclear desde 1955 y ahora disponían del sistema para plantarla sobre cualquier punto de los Estados Unidos. Fue así que, a sabiendas de los avances del equipo de von Braun, terminaron por recurrir a él para aprovechar los motores que había logrado probar entre 1956 y 1957. Eran los cohetes Júpiter. Así surgió el famoso Saturno V que llevó las naves a la Luna. Fue un cohete de confiabilidad tan alta que nunca falló, y como es sabido, permitió llevar a cabo todos los vuelos Apolo.

Por contra parte, los soviéticos habían elegido un enfoque basado en el cohete N1, cuyo diseño se inició en 1961 pero que en 1965 no había sido probado todavía. En su afán por acomodarse a las limitaciones presupuestales, Alexander Korolev y sus colaboradores propusieron que en lugar de 24 motores NK-15, el N1 llevara 30 de esas máquinas diseñadas por Nikolay Kuznetsov, un exitoso diseñador de motores para aviones a reacción, quien creía, como todos sus ayudantes, que no había mucha diferencia entre diseñar un motor para avión o uno para cohete.

El sistema de 30 motores NK-15 requería una instalación de plomería muy compleja, lo cual terminó por exhibir su fragilidad, pues nunca funcionó. A esto contribuyó que la burocracia, preocupada por los gastos excesivos, planteara que de cada seis motores se comprobaran solamente dos, lo cual se hizo sin contratiempos, pero con el agravante de que los treinta motores nunca fueron probados juntos para asegurar las mediciones necesarias.

El cohete N1 medía 5 metros menos de altura que el Saturno V pero 7 metros más en la base y se angostaba en las etapas superiores. Pondría en órbita hacia la Luna a la mitad de peso que su competidor estadounidense y usaría keroseno como combustible, lo cual era menos eficiente que el hidrógeno líquido del Saturno V. Como consecuencia de eso, los soviéticos pensaban llevar dos hombres a la órbita de la Luna para que bajara sólo uno de ellos.

Se afirma que la muerte en 1966 del diseñador más importante, Alexander Korolev, influyó fuertemente en el desarrollo incierto que siguieron los proyectos espaciales soviéticos. Es difícil saberlo, pues el paso fundamental que los llevó al fracaso tenía que ver, en gran medida, con la ausencia de prioridad del proyecto a los niveles más altos del gobierno de la URSS y con la selección desafortunada de 30 motores que había que sincronizar, en lugar de 5 como habían hecho los estadounidenses.

Es interesante saber que en esta decisión influyó la geografía. En Estados Unidos fabricaban cada motor en un lugar de territorio y lo transportaban en grandes barcazas desde la costa del Golf de México hasta las instalaciones en cabo cañaveral, llamado después cabo Kennedy. En cambio, el complejo de lanzamientos soviético estaba en Kazajstan, en medio del desierto. El transporte de los motores tenía que hacerse por tierra, en partes, para ensamblarlo finalmente donde iba a ser usado.
Había una alternativa al sistema de 30 cohetes del N1, era el sistema UR-700/LK ligado al equipo de trabajo del diseñador Vladimir Chelomey, con quien rivalizaba Korolev. Quizá fue por veleidades entre genios que hizo su aparición Kuznetsov, pero de eso solamente tenemos versiones.

El decreto 655-268 y el desenlace

Ahora se sabe que existió un decreto conocido como el número 655-268, en el que el gobierno soviético aprobó, por fin, un viaje a la Luna como objetivo. La historia indica que este se emitió secretamente el 3 de agosto de 1964, pero como se vio en los hechos posteriores, no todos estaban convencidos de eso.

Sin saber toda esta historia, nos emocionamos con una carrera hacia la Luna que parecía existir realmente, a pesar del silencio acostumbrado de los soviéticos. Observando el momento histórico que se vivía, un grupo de personas de Hollywood aprovecharon el ambiente para rodar una película de bajo presupuesto en la que los Estados Unidos mandaban una sola persona a la Luna, donde le esperaba un refugio previamente instalado. Ésta lograba alunizar entre fallas en la comunicación, dando lugar a que desde Tierra los responsables del control del vuelo se quedaran dudando si había tenido éxito o no. Antes de perder la comunicación, el astronauta había respondido una pregunta: ¿vez el módulo de sobrevivencia? Creo que lo vi, era la respuesta del joven animado a cualquier riesgo con tal de ser el primero en pisar la Luna. En las escenas finales el muchacho salía de la cápsula posada en suelo lunar, veía en torno suyo, y encontraba que no había ningún refugio en donde debía pasar el tiempo suficiente para que fueran por él. Decidido a buscarlo, encontró primero una nave soviética estrellada, con dos cosmonautas muertos cuando trataban de escapar de ella. El único sobreviviente de la carrera espacial caminaba ahora por la Luna sin encontrar la instalación que le permitiría vivir mientras iban a recogerlo. El final feliz era que a la vuelta de una gran roca se anunciaba, con una luz roja intermitente, la instalación que buscaba.

Ahora sabemos que en la realidad casi ocurrió algo similar. En enero de 1969 los soviéticos hicieron un acoplamiento entre dos naves espaciales tripuladas moviéndose en órbita terrestre. Era un procedimiento necesario en la órbita de la Luna para acoplar el módulo lunar que regresaría con los astronautas (o cosmonautas) provenientes del suelo lunar para pasarlos a la cápsula espacial que los regresaría a la Tierra. También era la primera vez que esta acción se realizaba en el espacio, pues el equipo de los Estados Unidos nunca lo había hecho. En cambio, el mes anterior, en diciembre de 1968, los estadounidenses habían orbitado la Luna de la manera en que lo habían proyectado, mientras que los soviéticos no lo tenían entre sus logros. Con estos hechos, se inició el año de 1969, dando la apariencia de que había una verdadera competencia entre ambas naciones.

El 21 de febrero de 1969 falló por primera vez el cohete N1. El 3 de julio siguiente, apenas 13 días antes de que partiera el Apolo 11 hacia la Luna, falló por segunda vez. Los técnicos y trabajadores del cosmódromo de Baikonur estaban conscientes del riesgo que corrían. Se giró la orden de que todo mundo se retirara de las instalaciones hasta más de 6 kilómetros de distancia. En palabras de uno de los presentes, aquel éxodo se parecía a la fuga de la población soviética cuando los alemanes los habían atacado en el verano de 1941. La persona a cargo era Vasili Pavlovich Mishin, quien le había asegurado a sus superiores que la lección de febrero había sido aprendida y que esta vez se alcanzaría el éxito. En esta ocasión la explosión fue de tal magnitud que destruyó todo el complejo de lanzamientos, comprobando el refrán mexicano que establece que "lo barato cuesta caro". Al final de esos intentos, más los realizados en las pruebas del otro sistema de cohetes que se exploraba: el proyecto UR-700 de Valentin Glushko, resultó que los soviéticos terminaron gastando más del doble de lo que habían estado dispuestos a invertir. Los historiadores opinan que en el año de 1964 desestimaron la complejidad de los viajes a la Luna, planteando que harían en menos de 4 años todo el trabajo que se consideraba necesario.

Lo que siguieron fueron dos años de éxitos estadounidenses con el silencio de los soviéticos, quienes tuvieron necesidad de reconstruirlo todo. El N1 fallaría todavía dos veces más, hasta que fue finalmente cancelado en el año de 1974.

Por supuesto que años después los soviéticos se anotaron grandes logros. Pudieron mantener en órbita a varios cosmonautas durante muchos meses implantando todo tipo de récords, aprendieron sobre los efectos fisiológicos que sufre el organismo después de largas estancias en el espacio, lograron resolver problemas básicos de sobrevivencia, como aprovechar los residuos humanos para reciclarlos en órbita y pusieron la primera estación espacial girando en torno a la Tierra. Era como su búsqueda de revancha ante la pérdida de la carrera por la Luna. Iniciaron sus labores a inicios de 1970 y para el 19 de abril de 1971 tenían la Salyut 1 funcionando. El aprendizaje los llevó a colocar la estación espacial MIR en 1986, que se mantuvo en funciones hasta el año 2001, cuando la Unión Soviética llevaba diez años desaparecida.

En cambio, los Estados Unidos no consiguieron cristalizar su proyecto SkyLab, en el cual gastaron 2 mil doscientos millones de dólares. Se pretendía una estación espacial equivalente a la MIR pero nunca lograron, sin embargo, la joya de la corona ya la tenían en sus manos, habían logrado llegar a la Luna y todo lo demás era fuego de infiernitos. El éxito de los estadounidenses en nuestro satélite natural fue un triunfo propagandístico del que los soviéticos no se recuperaron nunca.

Aquel 20 de julio por la tarde, mientras terminábamos las labores del día, dos ayudantes de campesino lo escuchamos en una radio portátil que funcionaba con cuatro pilas tamaño D. 

Organizábamos pequeños bordos con forma de C muy abierta, siguiendo los diseños indicados por nuestro padre con unas líneas en la tierra barbechada dos veces y sembrada. Teníamos como objetivo dirigir el agua del arroyo cuando lloviera. Cosa que no ocurrió a tiempo, y mientras esperábamos las nubes que no llegaban, las palomas se pasearon por la tierra consumiendo las semillas de sorgo que habíamos esparcido. Cuando finalmente apareció el agua por el arroyo quedaban pocas semillas, que dieron lugar a plantas que vimos crecer, separadas unas de otras y sin mucho beneficio. Semanas después llegó a nuestra casa la revista LIFE con las fotografías que seguramente fueron transmitidas por televisión. Era un largo reportaje tan detallado como impresionante. En el regreso a la Tierra, el 24 de julio de 1969, los astronautas habían tomado una fotografía en la que aparecía nuestro país. Descubrí que sobre el Estado de Sonora no había una sola nube.




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