viernes, 30 de septiembre de 2022

El recuento de los daños (la fantasía, el uso y abuso de la ley 4 en la Universidad de Sonora)

 



Introducción

La ley orgánica de la Universidad de Sonora, que conocemos como “la ley 4” de manera coloquial, fue anunciada por Manlio Fabio Beltrones desde el día mismo de su toma de posesión, el 22 de octubre de 1991 e impuesta el 25 de noviembre siguiente.

En los 35 días siguientes se reunieron sus redactores en el ahora llamado Plantel Ernesto López Riesgo del Colegio de Bachilleres de Sonora y formularon un sueño guajiro que los diputados del Congreso del Estado asumieron como propio.

La imposición de la legislación que nos ocupa se llevó a cabo con el más puro estilo gangsteril del entonces gobernador.

El 22 de octubre de 1991 el gobernador Beltrones anunció que se modificaría la ley orgánica de la Universidad de Sonora. El 29 de octubre siguiente violaron la Ley Federal del Trabajo y embargaron salario. Sencillamente no llegó el dinero para pagarnos la segunda quincena de octubre. En los primeros días de noviembre nos cortaron la corriente eléctrica en el campus universitario. Y varios meses después, en abril de 1992, encarcelaron a doce universitarios con pretextos variados y en la cárcel fueron hostigados y torturados por los presos comunes.

Es importante recordarlo porque la magnitud de la agresión parece haberse borrado con el paso de las más de tres décadas que han transcurrido desde entonces. Y si a eso se le agrega el proceso de habituación (en el sentido del aprendizaje de las bacterias) a la ley, por parte de quienes hacer treinta años protestaron contra esa legislación, resulta que se pierde la perspectiva histórica del abuso que significó contra la Universidad de Sonora, sus profesores, sus trabajadores y sus estudiantes.

La ocultación pretendida de los hechos lo inunda todo. A partir de 1993, el discurso adulador de la rectoría hacia las instancias del gobierno federal aumentó hasta el límite de distorsionar la historia de los diez años previos de la Universidad de Sonora. El nuevo rector, que tardó un año en saber dónde estaba parado, se dio cuenta que la institución vivía un poderoso desarrollo académico en torno a su programa de formación de profesores. Éste había sido logrado en 1985 por el Sindicato de Trabajadores Académicos y no tenía comparación en todo el noroeste de México, sin embargo, la rectoría empezó a presumir que tales avances se debían al respaldo de las instituciones del Estado, soslayando que la gran cantidad de profesores realizando sus postgrados no era otra cosa que el cumplimiento del Contrato Colectivo con el Sindicato de Trabajadores Académicos. En la historieta inventada por la rectoría, resultó que los árboles eran los que movían al viento, como denuncié hace más de doce años:

http://fisicahistoriayasuntosuniversitarios.blogspot.com/2010/03/los-arboles-no-mecen-al-viento.html?m=0

A raíz de esta mentira monumental, se empezó a tejer el discurso del éxito de la aplicación de la ley 4. Como veremos, esto es falso.

En esta contribución a mi blog me centraré en demostrar algunos rasgos de la magnitud del fracaso que significó aquella fantasía de un grupo de personas contratadas exprofeso para redactar un proyecto de ley al gusto de la “modernidad y la eficiencia” que pensaban que vendría.



El sueño del equilibrio entre órganos unipersonales y cuerpos colegiados

En la exposición de motivos de la ley 4 se puede leer, todavía, lo siguiente:

“En su texto se percibe un cuidadoso equilibrio entre los órganos unipersonales de gobierno y los órganos colegiados, de tal modo que la Universidad podrá evitar la arbitrariedad y el autoritarismo, con lo que su funcionamiento estará regido por la participación democrática, el consenso en la comunidad y el interés de mantener la calidad funcionaria.”



Sin embargo, en el Artículo 25 agrega la semilla que terminó por dar al traste con el objetivo declarado. Se trata de la décima facultad y obligación del Rector:

“Ejercer el presupuesto general de la Universidad conforme a lo señalado en esta ley y en el reglamento respectivo”.



Sobre la base de que quién domina económicamente una institución logra dominarlo todo. Muy pronto quedó evidente que en la ley 4 se colocó a una persona por encima de todos los demás, de tal suerte que los integrantes de la Junta Universitaria pudieron ser maiceados con viajes pagados, buenos hoteles y fotos opulentas para hacerlos sentirse importantes.

Más de algún integrante de esa junta, en su papel de investigador científico, se sintió agradecido por la facilidad con que su laboratorio se veía respaldado con estudiantes becados por “el señor rector” y que a él nada le costaban. Otros obtuvieron relaciones con las que nunca habrían soñado si no hubiera sido por su relación cercana con la rectoría. Amén, por supuesto, de que la selección de los integrantes de este órgano de supuesto gobierno se realizó siempre cuidando que se tratara de personas dóciles y agradecidas con la distinción de la que estaban siendo objeto.

En esta circunstancia, la rectoría pudo dominar a la junta por mecanismos simples que resultaron del poder sobre el dinero otorgado por la ley.

Si la junta no logró trabajar de forma autónoma en sus funciones, menos aún lo pudo hacer el Colegio Académico. Un remedo de representación universitaria al que siempre se ha llegado desde los Consejos Académicos y donde la representación de estudiantes es decidida por el voto de todo el conjunto de integrantes. Es decir, directores de división, jefes de departamento y profesores, votan para designar a los estudiantes que irán (por cada unidad) como representantes al Colegio. Lo mismo ocurre con los profesores, quienes son elegidos por la misma lista de autoridades.

Además, las siempre poco numerosas y académicamente débiles unidades foráneas vieron incrementada su importancia en el máximo cuerpo colegiado que la ley 4 ofrece a profesores y a estudiantes. Durante mi participación en el Colegio Académico, desde 1998 hasta 2000, pude constatar que tanto los profesores como los estudiantes provenientes de Caborca, Santa Ana y Navojoa, se mostraban felices de gozar de unos cuantos días de asueto en “la capital”, pagados por el presupuesto universitario. Dormían en hoteles y comían gratis en restaurantes.

Por su parte, los directores de división y los vicerrectores se sentían como parte de la crema y la nata de la dirección universitaria. Nunca hablaban, ni discutían, y mucho menos preguntaban, pero siempre votaban a favor de lo que propusiera el entonces rector.

Son tres unidades las que forman la Universidad de Sonora: Norte, Centro y Sur. Cada una tiene su consejo académico y su representación ante el Colegio, pero en realidad, no representan a nadie porque a nadie se deben. Tampoco informan ni consultan porque no disponen de los medios para hacerlo.

Son once divisiones que agrupan a los departamentos académicos. Se trata de un sistema burocrático impuesto sobre los departamentos con el objetivo, en 1991 y 1992, de romper los feudos que se habían formado en el sistema departamental. Es decir, la razón de ser de la estructura divisional nunca fue académica ni las autoridades comprendieron para qué servían.

Como buenos burócratas, empezaron a inventar algo a lo cual dedicarse, y así, el presupuesto que antes se ejercía desde los departamentos, empezó a ser trasladado a las divisiones.



Con eso generaron una cantidad tan grande de burócratas, que los recursos que ellos se gastan permitiría iniciar un bachillerato con cuando menos 800 estudiantes, atendidos por profesores de tiempo completo de la categoría de Titular. Es decir, por personal académico con doctorado y artículos científicos publicados.

El hecho anterior se lo hicimos saber a la consejería jurídica del Gobierno del Estado de Sonora que llegó al poder en septiembre de 2021.

Como consecuencia de este crecimiento de la burocracia divisional, después del año 2000 se le ocurrió a un rector que podía dirigir a la Universidad de Sonora con base en estos once personajes seleccionados por él a través de ternas confeccionadas exprofeso para ese fin. Así se libró de tratar con decenas de jefes de departamento y coordinadores de programa condenados a hacer toda la talacha que la institución necesita para funcionar, mientras los directores de división pasaron a conducirse como si fueran sus jefes.

Esta acción de la rectoría tuvo un fuerte efecto en su cada vez más grande aparato burocrático. Al grado de que viene ocurriendo que los directores de ciertas dependencias ni siquiera le toman la llamada telefónica a los jefes de departamento, pues ellos (ellas) solamente hablan con directores de división o funcionarios de mayor alcurnia.



Puedo afirmar que en el año 2002, un director de investigación y postgrado me confesó que su puesto era tan importante que él casi estaba al nivel del rector. “En el ámbito académico”, aclaró.

Tampoco las jefaturas de los departamentos defendieron el pequeño poder que les habían dejado por medio de la ley 4. La selección de los jefes de departamento es tal que son una importante colección de hombres y mujeres obedientes, buenos para seguir órdenes, con un presupuesto propio que es casi ridículo, pero ellos están contentos porque se acomodan en una oficina con dos o tres personas bajo su mando los hace sentirse más importantes que el rincón de la Universidad en la que les toca acatar las órdenes superiores.

Entre los jefes de departamento y los coordinadores de programa se forma un conjunto de acción rápida que es capaz de hacerle a la rectoría y a la vicerrectoría una aparente muchedumbre que llena cualquier recinto universitario. Siempre que esta autoridad necesite mostrar un buen montón de seguidores, basta con un correo electrónico que los convoque a todos.

La oportunidad de grillar a nivel divisional facilitó la conformación de conjuntos de jefes de departamento, uno por cada división. Esto dio como resultado que en cada una de las once divisiones tengamos, a su vez, once de estos grupos que se asocian o confrontan con el director de división para facilitarle las mayorías que requiere para imponer las decisiones locales.

¿Y los alumnos? ¿Y los maestros?

En lo que se refiere a los primeros, sus beneficios dependen de la capacidad que tengan para vender su voluntad. Alguno por allí pudo viajar, para estudios por supuesto, nada menos que hasta Nueva Zelanda. Otro más disfrutó de un año de beca en Canadá.

Todo lo anterior en ese pequeño mundo que se logra percibir sin el ánimo de realizar una investigación periodística.



Pero volvamos a las facultades de la rectoría. Su facultad y obligación número 17 dice:

“Conocer y resolver sobre los asuntos administrativos que no sean competencia de otro órgano de la Universidad; …”

A raíz de la facultad número diez, que ya presenté en párrafos previos, ésta resultó la fantasía más falsa del sueño guajiro de los redactores de la ley 4 que se reunieron en 1991 en el ahora plantel Ernesto López Riesgo del Colegio de Bachilleres de Sonora.

La realidad es que la rectoría se mete en todo lo que le de la gana. Y ante el temor de verse caídos de la gracia, todas las autoridades mencionadas en la legislación actúan como sumisos burócratas al servicio de una especie de majestad local.

Va una anécdota como ejemplo de la sumisión, antes de 1997 proliferó en la ciudad de Hermosillo una lista de chistes atribuidos a personas de Navojoa. Son esos mismos que se cuentan acerca de los gallegos, o que en Los Mochis platican sobre los habitantes de Guasave. El caso es que al entonces jefe del Departamento en Física le gustaron y los puso en sitio del naciente Internet de la Universidad de Sonora. La lista se dispersó más allá de la ciudad y resultó que el vicerrector de la Unidad Sur se sintió aludido y se molestó. Se comunicó con su amigo, entonces ocupante de la rectoría, y éste mandó una orden fulminante para que eliminara esa lista de las publicaciones. Evidentemente, el jefe asustado no tardó seis horas en obedecer.



El festival de cambios

Iniciado el siglo XXI, la junta designó como ocupante a otro elemento de la burocracia. Llegó con el propósito de hacer modificaciones profundas, pero no decía de qué tipo. No se disponía de un diagnóstico ni se dispuso nunca. A pesar de eso, un pequeño conjunto de amigos personales de la rectoría caracterizados por un protagonismo muy similar a la de su amigo el rector, impulsaron una serie de modificaciones a todos los planes de estudio. Donde alguien se negó a proceder lo retiraron de la comisión correspondiente, y así, empezó a tomar forma un esquema más enredado que el anterior.

Como siempre ocurre con las acciones de cambio curricular en manos de personas novatas, se introdujeron muchas asignaturas nuevas, pero como siempre, llevaban la intención de abrir espacios para colocar a los amigos, y a las amigas, en algún puesto de trabajo debidamente remunerado.

Aparecieron los expertos en educación que venían a enseñarnos cómo manejar nuestros procesos de enseñanza-aprendizaje. Detrás de ellos no había más experiencia que la oportunidad extendida por la rectoría de actuar a su gusto y a sus anchas. En todos los casos privaba esa sensación de superioridad que tantas veces proporciona la ignorancia.

Forzaron situaciones y se apoyaron en el respaldo de la autoridad para imponer no solamente materias, sino además, la forma en la que debían redactarse los programas educativos.

Su prepotencia no les permitió comprender las especificidades de las distintas disciplinas. A diferencia de los estudios serios sobre la enseñanza de la física, publicadas en revistas de prestigio internacional, nos encontramos que la misma clase de modificaciones se debían hacer para la carrera de física que para la de derecho o ciencias de la comunicación. Quienes habíamos dedicado parte de nuestras vidas al estudio de los enfoques para abordar o no cambios curriculares, nos sorprendimos al ver la gama de medidas impulsadas. Todas generales y siempre con el convencimiento de que así se debía proceder.

El enfoque de los amigos personales del rector para impulsar los cambios nunca atendió a la naturaleza del personal académico con el que sí se contaba. Se parecían a cierto director técnico del América que, terminado el mundial de futbol de 1974, e impresionado por el accionar de la naranja mecánica, intentaba que su equipo jugara como Holanda.

Otra característica de los amigos del rector fue el convencimiento de que ellos poseían la verdad. A diferencia de la forma cautelosa en que se procedió en el siglo XIX, cuando se estudiaban rigurosamente las ecuaciones diferenciales, en que primero se trató de demostrar si la solución existe, para enseguida encontrar bajo cuáles condiciones se trata de una solución única, los poseedores de la verdad educativa siempre estuvieron convencidos de que ellos tenían las respuestas y de que eran las únicas posibles.

Como era de esperarse, el discurso se separó de la realidad. El concepto de educación centrada en el estudiante contempla la participación activa del alumno, pero el espíritu de la ley 4 continuó impidiendo que naciera y creciera la costumbre del estudiante para participar.

El festival de cambios introdujo, sin diagnóstico, nuevas asignaturas del área social que pasaron a ser obligatorias para los estudiantes de física. Sus impulsores no adquirieron un compromiso sobre los problemas de formación que serían resueltos con ellas, imposibilitando de ese modo la oportunidad de evaluar su impacto en el futuro.

En el caso de la licenciatura en Física, el nuevo plan de estudios trajo consigo la afectación de los tan apreciados indicadores educativos: a) la tasa de retención de estudiantes se desplomó de agosto de 2006 a agosto de 2007. Los porcentajes de este índice tuvieron una brusca caída: de ser 83% en el año 2000), 90% en el año 2002 y 95% en el año 2006, bajó a 47% en 2007.



El tiempo de los estudiantes se llenó de horas en el aula y el uso de las bibliotecas tendió a desaparecer para ser sustituido por presencia permanente en el centro de cómputo. Algo insólito empezó a ocurrir entre los estudiantes de la licenciatura en física: los errores algebraicos elementales aparecieron. El miedo a pasar a realizar cálculos en el pizarrón se incrementó y el ritmo de aprendizaje disminuyó en los cursos de semestres avanzados. A pesar de la evidencia del fenómeno, nadie impulsó un estudio para averiguar con cuáles contenidos académicos estaba siendo sustituida la consulta física de los libros.

El cuadro se completó cuando, desde la rectoría, se introdujo un sistema de tutorías definido al gusto de los expertos contratados por la administración central. Tampoco hubo ningún diagnóstico que permitiera saber cuáles eran los problemas que estaban detectando y que pretendían resolver. Como actividad con puntos asignados para las becas de estímulo al desempeño académico, el resultado de las tutorías fue que se convirtieron en una simulación para ganar puntuación susceptible de ser canjeada por recursos económicos.

Como parte de la extensión de la burocracia se reglamentó pesadamente el sistema de servicio social universitario. Su manejo salió de los departamentos y de las coordinaciones de carrera para situarlos adscritos a las divisiones. Se asignó personal dedicado al nuevo procedimiento, y como tenía que suceder, se burocratizó dentro del viejo método de crear un problema para cobrar por resolverlo. El tema también lo traté hace varios años.

https://fisicahistoriayasuntosuniversitarios.blogspot.com/2009/02/servicio-social-universitario-inventar.html

 

La burocracia

La ley 4 incrementó automáticamente el aparato burocrático. Donde no había directores de división, ni vicerrectores, aparecieron con todo y una corte de colaboradores inventados para pretextos varios. Sin embargo, después de 1993 la situación fue empeorando de manera creciente, hasta el punto de que en la actualidad hay dos integrantes del personal administrativo por cada académico. Esta relación de dos a uno nos enfrenta a un mundo al revés, como puede leerse en el siguiente blog de Miguel Castellanos Moreno:

http://temasdepoliticaconadjetivos.blogspot.com/2021/11/mas-funcionarios-que-profesores-en-la.html

Amén de sus sueldos, cuya magnitud desconocemos. La absorción del presupuesto por parte de la burocracia de la Universidad de Sonora es gigantesco. A continuación expongo algunos ejemplos recientes.



En la gráfica anterior se muestran los presupuestos de las dos unidades que tiene la Unidad Sur, con sede en Navojoa (gajos rojo y azul). Mientras que éstas atienden a estudiantes, el gajo negro de la Vicerrectoría consume una cantidad que compite y sangra a las primeras.

En un esfuerzo personal por entender de qué magnitud es la absorción del presupuesto administrativo, hice una revisión del presupuesto que se llevan diez dependencias, ligadas a la rectoría, que son completamente prescindibles.



Una de las flamantes dependencias es la del Abogado General, que se gastará casi 9 millones de pesos en el año 2022, pero no fue capaz de impedir que Radio Universidad de Sonora perdiera su frecuencia de transmisión en Navojoa. Tampoco se sabe que ha hecho algo para saber qué ocurrió con los extensos terrenos de la rastreadora espacial de la NASA al este de la ciudad de Empalme. Este último tema lo toqué con amplitud hace varios años:



https://fisicahistoriayasuntosuniversitarios.blogspot.com/2010/06/terrenos-perdidos-de-la-universidad-de.html

El resultado de los gastos excesivos son muy interesantes y lo muestro en el siguiente cuadro.



La cantidad de profesores de tiempo completo de la categoría de Titular A que podrían ser contratados para atender estudiantes y hacer investigación llega a 471.

¿De qué tamaño es ese número?

Primer dato: basta decir que es análogo a una de las dos grandes empresas británicas cuyos investigadores estudian fenómenos físicos, químicos y biológicos para el desarrollo de aparatos médicos de uso en los hospitales de tercer nivel de todo el mundo.

Un segundo dato: entre 1919 y 1926 se desarrolló en Gotinga, Alemania, la versión matricial de la teoría cuántica. Misma que permitió desarrollar las teorías de semiconductores, los transistores y los ships, microchips y nanochips de uso en toda la tecnología de la electrónica moderna. El instituto de esa ciudad no sumaba, ni de lejos, la tercera parte de esos 471 doctores en ciencias que se podrían contratar.

Tercer y último dato: en los primeros meses de 2022 elaboré un proyecto que permitiría fundar, entre la Universidad de Sonora y la Universidad Estatal de Sonora, un pequeño instituto de investigación sobre desarrollo y absorción de tecnología sobre baterías de litio. Encontré que el personal académico necesario ascendía a treinta doctores en ciertas ciencias que pude detectar. Los 471 científicos que se podrían contratar si no existieran esas diez dependencias supera por más de 15 al número que calculé.

3 comentarios:

  1. Coincido en que la estructura de las vicerectorias y de las divisiones es prescindible. Pero la peor burocracia y la más empoderada y prepotentes es la de la administración central. Si bien no soy partidario del austericismo salarial y presupuestal, creo que una reestructuración administrativa. y un cambio en la ley órganica sería un paso en la dirección de poner en primer lugar las funciones susta tivas y en segundo lugar las adjetivas o complementarias. Sin embargo, este problema no es privativo de la unison, esta presenteen todo el país porque es parye de la política de educación superior del gobierno federal...

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  2. no cabe duda sobre la importancia del fortalecimiento de la investigación científica en todas las ramas del conocimiento en la unison, pero como bien señala Castellanos,,necesitamos tumbar a ese obstáculo, qué es la burocracia parasitaria que padecemos.manos a la obra.Y los morenos hoy funcionarios dentro y fuera de la unison, qué dicen?.salud.josue torres

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  3. Profe
    Suscribo cada palabra y agregó; ningún rector ha sabido que una de las tareas de la universidad es también la difusión científica y la divulgación artística y cultural. La unison es una de las 5 de todo el país que contaba con estación de Televisión y de radio. Por cierto, hoy cumple 60 años radio universidad, e igual ha pasado sin pena ni gloria.

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