martes, 18 de diciembre de 2012

Un museo de ciencias en Phoenix Arizona (Arizona Science Center)







El primero de octubre de 1957, tres días antes de que la Unión Soviética lanzara al espacio el primer satélite artificial de la humanidad, los estadounidenses acariciaban la creencia de que eran la máxima potencia del mundo, sin que nadie pudiera amenazar la supremacía de sus logros en todos los terrenos de la actividad humana, incluida la ciencia y el deporte. En los juegos olímpicos de verano del año 1952, en Helsinki, Finlandia, ellos habían obtenido 76 medallas contra 71 de la URSS. Cuatro años después, en Melbourne, Australia, habían sido superados por la máquina deportiva de la Unión Soviética, cuyos atletas obtuvieron 98 medallas contra 74 de los Estados Unidos. Era el año de 1956 y fueron superados en el número de preseas de oro, de plata y de también de bronce. Sin embargo, la reacción no fue muy notable, ellos dormían plácidamente.

El viernes 4 de octubre de 1957 se esparció una noticia que resultó aterradora para el pueblo de los Estados Unidos. Su acérrimo rival, la URSS, acababa de poner en órbita un aparato esférico de más de 80 kilogramos de peso y pasaba por encima de sus cabezas cinco o seis veces al día, emitiendo un sonido intermitente en dos frecuencias de la llamada onda corta de radio. En aquella época la radio de onda corta era el medio de difusión de las noticias internacionales, y por eso, eran muchas las familias con uno de esos aparatos en su casa. Cualquier radio receptor fabricado por una marca de prestigio debería tener, además de la amplitud modulada (AM), más conocida entonces como onda largas, otra que le llamaban las bandas de onda corta. En una sección de ese cuadrante (20 megahertz) se encontraba una de las dos emisiones del Sputnik I y prácticamente toda la gente adulta de ese país tuvo la oportunidad de escucharlo mientras surcaba el cielo de los Estados Unidos.
La reacción del pueblo estadounidense alcanzó niveles de histeria, habían participado en varias guerras, pero no habían sido invadidos como los países europeos lo fueron. Pero ahora, un aparato esférico que era visible por las noches recorría el cielo que consideraban suyo. La primera pregunta fue ¿por qué ellos sí pudieron hacerlo? Si los Estados Unidos eran el primer país del mundo, ¿cómo se había dejado vencer por una nación oprimida por una dictadura maligna?
Las reacciones fueron múltiples, por ejemplo, el enfoque de los libros de física fue modificado para acercar a los jóvenes de los Estados Unidos a la forma inquisitiva de pensar que usaban los científicos. Como he relatado en un artículo de difusión para la Revista de Física de la Universidad de Sonora, [ver: http://www.cifus.uson.mx/personal/rodolfobernal/revistadefisica/200601/03.pdf] nacieron los libros PSSC y los cinco volúmenes de Cursos de Física de Berkeley (Berkeley Physics Course), entre otros intentos por superar un abismo que ellos suponían que existía.
El gobierno federal se sintió obligado a impulsar la enseñanza de la ciencia. Desde 1958 hasta 1968 se entregaron un millón y medio de becas para los jóvenes que quisieran estudiar ciencia y se fijaron como meta la formación de más de 15 mil doctores por año en disciplinas científicas. Los conservadores que criticaban el exceso de atención a la teoría de la evolución como origen del hombre fueron silenciados momentáneamente. Antes del Sputnik se aprendía física y química leyendo en los libros cómo se hacían los experimentos y cuáles eran los resultados, después de este evento, los jóvenes mismos se vieron obligados a hacerlos y a tratar de pensar como lo hacían los científicos que habían descubierto las leyes más importantes de esa ciencia.

Dentro de la reacción histérica se cometieron aciertos y también errores, por ejemplo, el escritor y editor Patrick Lackey relata cómo a él le tocó una de esas becas para estudiar ciencias, aunque ésta no le interesaba. Entre palos de ciego y decisiones correctas, los estadounidenses recuperaron su creencia en si mismos y conservaron su arrogancia. Con el paso de los años, las posiciones conservadoras regresaron por sus fueros y empezaron a remontar, de nuevo, las posiciones más anticientíficas que uno se pueda imaginar, rayando, a veces, en lo absurdo. Una de las decisiones correctas es el impulso a centros de exposición de los avances científicos. Uno de ellos es el Museo de Ciencias de Arizona, situado en el centro de la Ciudad de Phoenix, Calle Washington, número 600 este. El siguiente es un relato de algunas de las cosas que encontré allí hace casi 18 meses.

Eran las 11 de la mañana del seis de agosto de 2011. Hacía un calor creciente, pero era soportable para quienes nos hemos acostumbrado a vivir en el casi desierto del noroeste de México.



Los Estados Unidos están atrapados en una religión monoteísta que no tiene un nombre preciso, pero en la que reina de manera soberana un dios: el mercado. En consecuencia, para entrar a cualquier parte hay que pagar


y cuando esto se hace, le entregan a uno una pulsera de papel que se cada quien se coloca en la muñeca


una de las primeras cosas que te encuentras es un embudo donde puedes tirar una moneda que gira rápidamente hasta caer en un recipiente





Hay un pequeño auditorio donde se presentan diversas temáticas por parte de personas que tratan de hacerlo tan ameno como les es posible


y las distintas presentaciones se anuncian adecuadamente


Tienes para escoger, por ejemplo, puedes asistir a un sitio donde te explican cómo funciona tu cerebro


y puedes jugar un rato aplastando unos botoncitos en los que se prenden distintas partes de tu sistema nervioso.
dependiendo el botón que presionas, se prenden diferentes regiones de la maqueta del cerebro

así puedes enterarte, sin espacio para la equivocación, qué parte funciona cuando se realizan distintas actividades

y si quieres, te entretienes un rato jugando


Te explican la distribución de los sitios del cerebro donde se procesan las cosas que hueles


también cuáles partes del cerebro se activan cuando hablas y cuando escuchas


los sitios donde se alojan tus recuerdos de los sabores


dónde procesas las cosas que ves y dónde se procesa el reconocimiento de imágenes. Ese que te permite reconocer un objeto aunque lo pongan de lado, de cabeza, de espalda, etcétera:


A ciertas horas se muestran pláticas interesantes en un planetario, al cual puedes entrar si te deshaces de unos cuantos dolaritos más



Te enteras de que a los estadounidenses les sigue doliendo que Plutón ha sido degradado de planeta a planetoide



Te explican el proceso de limpieza del agua para poderla consumir


y también formas diversas de obtener energía limpia



Hay novedades tan diversas como el tiempo que tengas disponible. Al final, puedes ir a recoger tu automóvil en un estacionamiento en el cual, por supuesto, te cobran por dejar tu coche.

Es un centro que vale la pena visitar. Si algún día viajas a esa ciudad, no pierdas el tiempo en las tiendas de compra, puedes nutrir tu curiosidad y tu espíritu, visitando un sitio en donde podrás maravillarte con una gran cantidad de temas que no te he contado aquí. Lo haré en otra ocasión.

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