Introducción al tema
Buscando una noticia hasta el otro lado
del mundo, me encontré con una historia que ya conocía pero había
olvidado.
El 30 de enero reciente, circuló por
todo el mundo la aparición de un náufrago en el Atolón Ebon, parte
de las Islas Marshall, en el Océano Pacífico. Viajaba en una lancha
de fibra de vidrio de siete metros de largo. Se trataba de José
Salvador Alvarenga, un pescador de tiburones que había salido de las
costas de Chiapas en diciembre de 2012, junto con Ezequiel Córdoba y
no había regresado.
Si la historia contada por José
Salvador es cierta, estuvo más de trece meses en el mar y viajó más
de doce mil kilómetros en la pequeña barca. Revisé dónde queda el
Atolón Ebón, a un poco más de 500 kilómetros al norte del ecuador
y a casi cuatro mil doscientos cincuenta kilómetros al suroeste de
Hawaii.
El tema me interesó porque en el año
2006 se conoció la noticia de Lucio Rendón, Salvador Ordóñez y
Juan Vidaña, pescadores de tiburón que se habían perdido en el
Océano Pacífico después de haber zarpado de San Blás, Nayarit,
con el objetivo de pescar. Según contaban, después de ser
arrastrados por la corriente ante la falla del motor de su lancha,
estuvieron diez meses en el mar hasta aparecer en las Islas Marshall,
un conjunto de formaciones coralinas situadas a más de diez mil
kilómetros de las costas mexicanas. La historia fue muy bien contada
por Adriana Malvido en su libro, Los Náufragos de San Blás,
publicado por Editorial Grijalvo.
En consecuencia, el caso de José
Salvador Alvarenga era el segundo, pero en este caso saliendo desde
las costas de Chiapas, para ir a parar, trece meses después, en la
misma región de las Islas Marshall.
Empecé a buscar los datos más
cercanos posibles al lugar de los hechos y encontré un periódico en
línea llamado The Marshall Islands Journal. Me dediqué a buscar
algo sobre el náufrago, pero como la publicación es semanal, no
había nada allí, y en general, las noticias en la mayoría de otros
diarios del mundo eran muy pocas. Decían que su salud era precaria,
que caminaba con dificultad y era de origen salvadoreño. Nada nuevo
en esos días, pero como encontré después, los responsables de la
publicación citada arriba ya tenían a Suzanne Chutaro realizarndo
el trabajo pertinente y dedicarle un espacio considerable en la
publicación del 7 de febrero siguiente. La titularon “Miracle Man”
y publicaron, además del texto de Suzanne, varias fotos de un hombre
barbado, con el pelo ligeramente rubio rubio. Otra foto de sus
piernas extremadamente delgadas y una de uno de sus dedos del pie con
una herida notable. Publicaron también una foto donde aparece un
bote blanco, con el nombre “Camaroneros de la Costa” en letras
negras y la primera letra C ya casi borrada.
Pasado nuclear, futuro
oscuro (las olvidadas islas Marshall)
Guardé la hoja en html para comentarla
después, a propósito de otro fenómeno similar que ocurrió hace
pocos años y seguí armando mi nueva historia, sugerida por el
contenido del mismo diario. Cuando tuve acceso por primera vez a la
versión en línea de The Marshalls Islands Journal, encontré en el
lado derecho de la pantalla el anuncio de un libro intitulado:
“Nuclear Past, Unclear Future”, de Giff Johnson. En el anuncio se
afirmaba que el autor mostraba allí algunos datos sobre la
contaminación ambiental y las enfermedades causadas por la
radiactividad. Temas secretos porque el gobierno de los Estados
Unidos los había mantenido ocultos después de la prueba nuclear
realizada por ellos en marzo de 1954. Se podía leer, además, algo
desconocido para mi, que ese país había realizado 67 pruebas
nucleares en el Atolón Bikini y en el de Enewetak.
El asunto se refería a un hecho
ocurrido hace sesenta años, cuando tratando de obtener una bomba
termonuclear, basada en la fusión del hidrógeno con la
participación de litio, el gobierno de los Estados Unidos instaló
un dispositivo de casi once toneladas de peso, 4.56 metros de largo y
1.37 metros de diámetro.
Los diseñadores habían planeado una
explosión cuya potencia sería de cinco megatones pero resultó ser
de quince.
El error consistió en suponer que de
la mezcla de litio en la que había litio 6 y litio 7, solamente el
primero habría de contribuir al proceso de explosión. Hicieron sus
cálculos pensando que el litio 7 permanecería inerte, pero no fue
así. En los hechos, este último isótopo también contribuyó y la
potencia esperada pasó a ser el triple.
En esa circunstancia, la destrucción
fue muy superior. En el atolón Bikini (de donde viene el nombre de
la prenda de vestir que usan algunas damas) se formó un cráter de
dos kilómetros de anchura y setenta y seis metros de profundidad.
Eran las 6:45 de la mañana del primero de marzo de 1954, los vientos
soplaban desde el occidente hacia el este y llevaron una masa de
contaminantes muy superior a la esperada, a una distancia mayor a la
prevista. De esta forma, la zona de exclusión marcada por el
El caso del barco
japonés Fukuryu-maru
Aproximadamente a 110 kilómetros al
este de la zona donde se realizaba la prueba nuclear, pescaba atún
un barco japonés de nombre Fukuryu-maru, lo cual traducen como
Dragón de la Suerte.
Cinco meses antes de la realización de
la prueba, el gobierno de los Estados Unidos había notificado a la
Agencia Japonesa de Seguridad Marítima que la zona de exclusión en
torno al atolón Bikini se extendería hasta los 166 grados de
longitud este más 16 minutos. Sin embargo, Mark Schreiber, al
escribir para el Japan Times el 18 de marzo de 2012, escribió que
nadie a bordo del buque lo sabía. Lo delicado es que se encontraban
en la posición de 166 grados de longitud este más 18 minutos, lo
cual viene a ser aproximadamente cuatro kilómetros al este del sitio
marcado como peligroso.
Se trataba de un barco pequeño, de 25
metros de largo y desplazamiento de 140 toneladas. Había salido el
22 de enero de 1954 del puerto Yaizu en la prefectura de Shizuoka, a
137 kilómetros al suroeste de Tokio. Después de intentar, sin
éxito, la pesca de atún en las cercanías de las islas Midway,
emprendieron su viaje hacia el sur, donde los sorprendió el
estallido del dispositivo nuclear.
Matakichi Oishi, uno de los tripulantes
de la nave, quien entonces tenía 20 años de edad, escribió un
manuscrito intitulado: “El día que el Sol salió por el Oeste”,
publicado enel año 2011 y relató que vio un destello amarillo
entrar por una de las aberturas circulares que permiten la entrada de
luz al interior de los barcos (su nombre en Español es Ojo de Buey).
Se levantó rápidamente para averiguar qué había ocurrido y
encontró que el cielo y el mar se veían iluminados con una
colección de luces fulgurante de colores.
Oishi relató que una nube se extendió
sobre ellos y una lluvia persistente de polvo formado con partículas
blancas empezó a caer sobre ellos dos horas después. Penetraba sin
misericordia en sus ojos, narices, oídos y boca. “No sabíamos que
era peligroso”, afirmó.
El polvo era coral levantado durante la
explosión y estaba contaminado con los residuos radiactivos de la
reacción que combinaba una explosión a base de fisión (bomba
atómica) con una de fusión donde se usaba deuterio y líquido. La
lluvia de ceniza cayó sobre la tripulación durante seis horas y por
la tarde varios integrantes de la tripulación descubrieron
quemaduras sobre la piel. Era la consecuencia del estroncio 90, el
cesio 137, selenio 141 y uranio 237.
La velocidad del buque era de cuando
mucho 5 nudos, es decir, 5 leguas marinas por hora, que convertidas a
unidades comunes entre nosotros son 9.2 kilómetros por hora. Llegó
a Yaizu el 14 de marzo siguiente. Anclado en el puerto, un contador
geiger podía activarse a 30 metros de distancia, de modo que la
tripulación fue puesta en cuarentena en un hospital. Su ropo y
pertenencias fueron enterradas y 75 toneladas de pescado fueron
destruidas por temor a su contenido radiactivo.
En el verano de 1954, Aikichi Kuboyama,
el operador de radio del barco, enfermó del hígado y murió el 23
de septiembre siguiente.
Los habitantes de las
islas Marshall olvidados
El caso de los pescadores japoneses fue
bien conocido, pero los habitantes de las islas ubicadas a 150
kilómetros al este del punto de realización de la prueba nuclear ha
sido olvidado. Y si a lo anterior agregamos que se realizaron 67
pruebas nucleares en esa área, podemos comprender cuál es la razón
de que en las islas Marshall lo sigan recordando.
De acuerdo a un reporte técnico que
puede ser consultado en la siguiente dirección:
en Rongelap, una de las islas situadas
al este del atolón Bikini, dos tercios de la población sufrieron
anorexia y náuseas en los días siguientes a la explosión, el 85%
de los niños menores de 5 años sufrió náuseas y el 35% padeció
vómitos. Un cuarto de la población mostró quemaduras en la piel
expuesta y dos años después todavía había síntomas de trastornos
gastrointestinales, entre otras perturbaciones a la salud.
Los problemas de tiroides, cáncer y
otros efectos bien conocidos, continuaron más de 20 años después.
Una de las grandes luchadoras a favor de las víctimas: Darlene Keju,
autora del libro intitulado: “Don´t ever Whisper” (Nunca
Susurres) murió de cáncer a la edad de 45 años.
Epílogo
Los efectos anteriores nunca fueron
relevantes en la prensa estadounidense. Todo era justificable para
defenderse de la amenaza comunista, pero en realidad, como hace ver
David Holloway, en su libro Stalin & the Bomb (Stalin y la
Bomba), pag. 329:
“... la amenaza nuclear sobre la
Unión Soviética había crecido rápidamente en los primeros años
de los 1950-s. El inventario de los Estados Unidos había crecido de
832 armas nucleares en 1952, a...”
mil 161 en 1953,
mil 630 en 1954,
2 mil 280 en 1955
y agrega enseguida: “En 1955 el
arsenal nuclear soviético era ciertamente mucho menor...”
El siguiente sitio de la wikipedia:
indica que en el año 1950 la Unión
Soviética tenía dos armas nucleares y 200 en 1955.
Según esa página, todavía en 1975
los soviéticos tenían un poco más de 19 mil armas nucleares contra
27 mil 519 de los Estados Unidos.
Resulta entonces que aquella amenaza
eran mentiras, y en realidad, se trataba de la explotación de los
sentimientos de paranoia en favor de un proyecto de negocios que
devino en el complejo militar industrial del cual el Presidente
Dwight Eisenhower advirtió en uno de sus últimos discursos como
ocupante del cargo.
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