De Censores e Investigadores
Luis de la Peña
La Jornada (28 de junio de 1993)
El espiritu del Banco Mundial esta con nosotros. Este espíritu que recorre triunfal el mundo y que ve en la competencia y las fuerzas del mercado el mecanismo maestro para regir el destino de los hombres, y que en su pragmatismo individualista olvida tantos otros valores que la cultura y el pensamiento humanos han prohijado durante siglos, ha impuesto sus normas y sus visiones a la propia Universidad. Según el esquema de la moda en vigor, el investigador debe trabajar bajo presión y producir en un clima de competencia, pues es ésta la condición ideal para motivar y estimular la creación. Sin embargo, vista la moda de cerca, vivida de cerca, se descubre que se trata de producir, no para satisfacer la íntima necesidad de saber, o de indagar, o de explicar, o tal vez la de desarollar una idea novedosa, capaz de dar nuevos alientos a una porción del saber o del hacer humanos, o quizá a alguien en busca de solaz. No; qué es lo que se produce, es cosa menor. Lo importante, lo que realmente cuenta para el esquema en uso, es cumplir una cuota y estar en condiciones de demostrarlo.
Con los esquemas de evaluación recién puestos en vigor, se está sacrificando la creatividad, la libertad de estudiar lo que se cree importante por íntima convicción, en aras de un inmediatismo miope y suicida. La necesidad de defender un salario muy deteriorado, la de garantizar un mínimo de reconocimiento y estabilidad, el deseo justificable del joven de abrirse un espacio, obligan a atender las normas de producción en detrimento de valores como la calidad o la novedad, o incluso la pertinencia nacional del programa de trabajo. ¿Cómo puede esperarse que un joven aventure su futuro con un programa novedoso de gran aliento, y por lo tanto inseguro, cuando seguir la línea establecida por agotada que esté su crema le garantiza uno o dos papers anuales, y con ello, el cumplimiento de la norma?
La Universidad ha perdido el clima académico que la convirtiera durante décadas en nicho único y excepcional del quehacer científico, humanista y filosófico del país. En vez de estimular la creación por su valor intrínseco y social, y al creador por el hecho mismo de serlo, hoy los somete a un proceder empresarial de paper a destajo o ensayo, o patente, que es lo mismo en su valor intelectual. Y no basta producir: hay que inventar proyectos para que la Universidad otorgue recursos requeridos por el trabajo cotidiano del investigador, luego administrarlos, para después demostrar que se utilizaron legítimamente y que se cumplió el programa (como si el científico verdaderamente creativo y original pudiera prever y planificar paso a paso su programa en cada ocasión). Pero además, como aún así los recursos son insuficientes, la Universidad es un patrón que no se siente obligado a proporcionar todos los materiales y requerimientos para la realización del programa aprobado, tiene que hacer depender su proyecto de los que le otorgan otras instituciones nacionales o extranjeras, con lo que el papeleo y la administración se quintuplican. Y hay que agregar la necesidad de completar el sueldo y mantener el status conservándose (o promoviéndose) dentro del SNI. Y luego viene a informar varias veces al año lo que ha hecho y logrado, que demanda aprender a mantener un milagroso equilibrio entre las diversas normas que las múltiples comisiones dictaminadoras habrán de pergeñar. Se investiga hoy, pues, no con el pensamiento puesto en el avance del saber, sino en las normas, en los mínimos, en lo que más puntos garantiza.
La Universidad ha perdido el respesto por sus investigadores. Hoy el joven de talento ve en su profesor, no el ejemplo a seguir, sino el ejemplo a no seguir: ¿Proseguir yo una carrera científica para esto? Mejor me voy a vender computadoras, que me garantiza al menos una vida decorosa. En un país en que la profesión de profesor universitario es vista con la máxima simpatía por su población, como lo han mostrado repetidas encuestas, la Universidad le retira el respeto a su personal de carrera al someterle a repetidas evaluaciones individuales y hacer depender sus ingresos de los resultados aparecidos (no de los obtenidos, valla Usted a encontrar comisión dictaminatoria capaz de calificar a priori el destino y el valor de cada trabajo sometido a su consideración). Niega así el derecho a la tranquilidad y la estabilidad que da el legítimo reconocimiento al trabajo realizado.
No conforme con hacer depeder los ascensos académicos de la obra realizada, que es el método tradicional al que todos sus profesores e investigadores de carrera están sujetos, desconoce su propia calificación al someterlos reiterativamente a mecanismos de verificación y control que operan no sobre quien por sistema no produce o lo hace mal, sino también sobre quien si trabaja, distrayéndolo y creando tensiones que atentan contra un sano ambiente académico. Se nos dice que esto sirve para garantizar que se le paga más a quien más da a la Universidad. ¿A quien más da o quien es más hábil llenando informes? ¿Qué la Universidad aún no sabe cómo trabaja y qué puede esperar de un investigador que le ha dedicado 15, 20 o 30 años de su vida?
Y los jóvenes se han ido. La Universidad ha dejado de ser atractiva para el joven con inquietudes intelectuales. Y los centros de creación e investigación se hacen viejos ante la falta de renovación, y muchos de sus investigadores viejos se desilusionan. El alejamiento, la desestimulación de los jóvenes de talento hacia la carrera académica es sin duda alguna el más grave de los productos del ambiente que hoy permea a la Universidad, tan ajeno a uno acogedor y estimulante del pensamiento en libertad. ¿Qué es lo que se le ofrece hoy por hoy al joven que piensa en la posibilidad de hacer filosofía o matemáticas? Ser un profesor degradado, multievaluado cautivo, obligado a producir, no para satisfacer inquietudes profundas, sino para que 13 o 14 comisiones diferentes se muestren satisfechas por el número de sus trabajos y citas; que si se decide a dar clases corriendo el riesgo de no cumplir la norma de papers deberá hacerlo preferentemente en los primeros semestres, pues los cursos de alta especialización en que podría formar escuela hoy se pagan menos; deberá trabajar para el SNI y el CONACYT sus copatrones de hecho, y contribuir a simular que eso es tiempo completo para la Universidad; y si decide escribir un libro de texto, será a riesgo de que el número de papers ya no alcance y de perder con ello sus estímulos, así les llaman, aunque Usted no lo crea. Y si llegara a tener una idea novedosa, mejor que se olvide de ella, pues no estamos en tiempos de correr aventuras. Y menos aún si es de mero interés local, pues eso no interesa a las publicaciones internacionales ...
¿Será mucho pedir que dejen trabajar en paz a quien trabaja?
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