No pensaba
escribir sobre la película Oppenheimer hasta diciembre del 2023, pero un amigo
mío me preguntó si iba a comentarla. Considerando su interés, y el de algunos
alumnos y compañeros de trabajo que pidieron mi opinión, opté
por comentar algo al respecto.
Se basa en
el libro de Kay Bird y Martin Sherwin. Ambos laureados con el Premio Pulitzer
por diversos trabajos, de modo que tenemos a dos periodistas que se dedicaron
durante muchos años a revisar materiales como sólo los expertos del periodismo
saben hacerlo.
Lo más
notable de la película es la capacidad del director para tenernos entretenidos
durante tres horas con interés permanente en lo que va presentando. Después de
eso, lo más destacado es la calidad de todas las personas que actúan en ella. No
hay alguien que desmerezca en su participación.
La
película retrata muy bien la actitud ambivalente de Robert Oppenheimer ante los
hechos que le toca vivir, pero al seguir una técnica de dos líneas de tiempo,
dificulta o impide a quienes la ven sobre el desarrollo histórico de los hechos
que allí se relatan. La mayoría de ellos verídicos, pero aglutinados con la
técnica de poner en una escena una colección de dos o más eventos que
ocurrieron en tiempos y lugares distintos.
Hijo de un
judío exitoso como negociante y de una madre escrupulosamente cuidadosa de su
familia, Robert Oppenheimer fue un niño mimado con una capacidad intelectual
muy alta. Se educó en una institución cuyo nombre era: “Escuela de Cultura Ética”, fundada
y dirigida por alguien que trataba de formar una nueva clase de personas, más
preocupada por el resto de la sociedad y más solidarias con el resto de la
humanidad.
Oppenheimer
fue un ser humano de aprendizaje muy rápido, pero siendo diferente de los
demás, sufrió eso que ahora le llaman bulling. Lo cual ocurrió a grados de abuso
exagerados, mismos que soportó con un estoicismo impresionante. Nada de los dos
últimos párrafos se explica en la película, pero en ella se deja ver, con
plenitud, que el viejo y famoso científico conservaba esa extraña cualidad de
soportar crueles humillaciones, como fue el caso del juicio al que fue
sometido.
Estudió en
Gottinga, donde se graduó bajo la dirección de Max Born, fundador de la
mecánica matricial y maestro de Werner Heisenberg, ganador del Premio Nobel, entre otras destacadas personalidades.
Coincidió con María Goppert, física alemana que también ganó el Premio Nobel por el modelo
del núcleo atómico; con Fritz Houtermans, otro alemán de inclinaciones
socialistas que fue encarcelado tanto en la Unión Soviética como en Alemania
por sus ideas de izquierda.
La película
retrata parcialmente las ideas de izquierda que proliferaban en California y en
Berkeley, pero no abunda sobre el tema y recurre al muy tradicional método gringo
de evitar análisis sociales de naturaleza global para centrarse en las
relaciones entre las personas, lo cual hace muy bien.
Trata de
soslayo a la mujer que más influencia tuvo sobre Oppenheimer, la joven Jean
Tatlock, una dama extremadamente compleja, con pensamiento de izquierda,
cercana al Partido Comunista de los Estados Unidos, pero tan anárquica que
nunca quiso pertenecer al mismo. La retrata como una mujer atormentada, que sí
lo fue, pero sin esa chispa que los autores del libro Prometeo Americano
muestran con bastante amplitud.
Como una
producción de alto presupuesto, la película evita tocar temas problemáticos. En
ese sentido, relata brevemente la forma en la que presuntamente Jean Tatlock
cometió suicidio, pero no toca en lo más mínimo la sospecha creciente de la
familia que le sobrevivió, especialmente después de que en 1975 salieran a la
luz evidencias que llevaban a sospechar que había un grupo encargado de la desaparición
de personas con posibles vínculos con los soviéticos y tampoco queda claro cómo
mantuvieron intervenido el teléfono de ella hasta el momento posterior a su
fallecimiento. Pero eso puede dispensarse argumentando que un libro no cabe en
una película.
Presenta
con claridad la actitud de los militares tan pronto como resultan positivas las
pruebas de la bomba en Alamogordo. En tan solo dos escenas nos hace ver, de
manera magistral, lo que estos tenían pensado desde 1942: apropiarse de la
bomba, de las decisiones y del futuro de la humanidad. Pintan brevemente a
Truman como un hombre regordete que fue incapaz de comprender la preocupación
de Oppenheimer ante la posible proliferación de las armas nucleares. Muestra la
actitud sobrada y de autocomplacencia de la gente del pentágono y de Washington,
quienes creían que los soviéticos jamás lograrían tener su propia arma atómica,
pero no transmite por completo el estado de histeria en el que entraron en
septiembre de 1949, cuando encontraron que estos habían realizado con éxito una
prueba nuclear.
La película
logra mostrarnos a un Oppenheimer pagado de si mismo y hasta cierto punto
ególatra. Transmite con buena calidad la admiración del resto de científicos
por este personaje que había dejado la investigación para dedicarse a la
dirección del Proyecto Manhattan. Toca con cierto nivel la que es considerada,
a posteriori, su logro más importante: la contracción continua de estrellas muy
masivas hasta concentrar toda la masa en un punto, lo cual después fue
bautizado como hoyos negros, sin embargo, se necesita ser un físico informado
para comprender ese conjunto de escenas.
Le asigna
un lugar demasiado importante a Ernest Lawrence, el físico experimental que
desarrolló el ciclotrón en los Estados Unidos, lo pinta correctamente como era,
despegado de la problemática social de la California de la recesión que vino
después del desplome de la bolsa en 1929. Nos proyecta a un personaje opuesto a
las manifestaciones de izquierda por tratarse de distracciones de los
científicos, pero toca someramente su gusto por codearse con los grandes magnates
que pueden proporcionarle recursos económicos para sus costosísimos proyectos.
El papel
de su esposa sí es destacado, pero la muestra como una mujer alcohólica
generadora de problemas. No toca la explicación posterior sobre el origen de su
conducta: una probable depresión postparto que en aquellos tiempos era difícil
de tratar. Sigue contra ella la misma línea de la biografía científica que
escribió el físico Abraham País sobre Oppenheimer, había personas a las que su
apego incontrolable por la bebida les causaba repulsión.
Retrata correctamente
la época del macartismo, pero lo desliga del ascenso de los republicanos al
poder, después de casi veinte años de no llegar al la presidencia. Recurre a
Lewis Strauss como el Judas que no solamente traiciona al supuesto padre de la
bomba atómica, lo pone como un tipo mentiroso que lo hace creer que está de su
lado, cuando en realidad es el impulsor del juicio de lealtad al que lo
someten.
No quedan
claros en la película los entretelones políticos en los que se realiza el
juicio y como el presidente Eisenhower deja correr todas las cosas, a pesar de
que personas relevantes para su gobierno le decían que sentían que estaban
investigando a un Newton o a un Galileo. Le dedican varias escenas a la esposa
de Oppenheimer en el juicio, pero excluyen a casi todos los científicos y
hombres de la política de seguridad de los Estados Unidos que lo defendieron.
Tocan de
manera tenue la declaración de Edward Teller, un físico talentosísimo que se
empecinó desde 1942 en que se debía intentar una bomba basada en hidrógeno, con
un diseño que los años demostraron que no podría funcionar. Como bien se sabe,
entre Oppenheimer y Teller no había una relación afable, pero en la película
aparece sudoroso y con pena hablando en contra de la lealtad de su colega.
Hay algo
muy interesante en la parte final de la película, que el mismo Lewis Strauss es
luego traicionado por Dwight Eisenhower, quien lo deja hacer todo lo necesario
para convertir a Robert Oppenheimer en el chivo expiatorio que simplificara el
crecimiento de la amenaza soviética, pero luego se deshace de él porque, al
final de cuentas, una porción numerosa de estadounidenses no podría ver bien el
maltrato a su científico más popular en la época. ¿Qué hace el presidente del
país? No incluir a Strauss en su gabinete y facilitar que una comisión del Senado vote en su contra. Aquél fue el fin de la carrera política de Strauss.
Hay un
punto que amerita ser aclarado: el presunto miedo de que el estallido nuclear
pudiera incendiar toda la atmósfera forma parte de las escenas de la película y
la prensa sensacionalista afirma que así es. Es decir, que el 16 de julio de
1945, cuando probaron la bomba basada en plutonio 239 en Alamogordo. existía el
temor de que eso ocurriera. Nunca fue así. Se sabía desde 1940 que eso era
imposible, pero un cálculo hecho por Edward Teller en una fecha posterior lo
llevó a creer que eso podía ocurrir, sin embargo, Hans Bethe, el director del área
de física teórica en Los Alamos, sabía que esa conclusión era errónea porque
Teller no había tomado en cuenta la pérdida de energía por radiación. El tema
volvió a aparecer unas semanas antes de la prueba, pero Oppenheimer le pidió a
Bethe que revisara personalmente los cálculos hechos por sus subalternos. Éste lo
hizo y obtuvo la misma conclusión de hacía varios años.
Oppenheimer
nunca le preguntó a Einstein sobre quién podría hacer esos cálculos y lo más
probable es que este último ni siquiera supiera que estaban tratando de hacer
una bomba. Si acaso podría tener una sospecha porque muchos científicos habían
desaparecido después de 1941, más de un año y medio después de que él enviara a
Roosvelt la carta que Leo Zsilard le llevó a firmar.
Sobre lo que
sí hablaron Einstein y Oppenheimer fue sobre la preocupación que tenía cuando
lo estaban juzgando para retirarle el nombramiento de máxima confianza en
asuntos militares. Einstein le había aconsejado que los mandara al demonio,
pero él mismo comentó que no le había hecho caso.
Hay algo
que la película no cuenta y que el gobierno estadounidense no admite: en un
círculo de cien kilómetros de radio en torno al punto donde la bomba estalló en
Alamogordo, había más de trece mil mexicanos viviendo. Fueron víctimas
desconocidas de las sustancias radiactivas que cayeron sobre las tierras que
sembraban y en las décadas que siguieron manifestaron índices de diversas
formas de cáncer que son superiores a la media nacional de ese país. Desde hace
tiempo sus descendientes están conscientes de eso, pero su lucha es evadida por
los noticieros y sus peticiones de indemnización no son admitidas.
Resumiendo, es una gran película que vale la pena ver y que logra entretener, lo repito, durante tres horas continuas y sin intermedios. En ese sentido, es una obra magistral, pero quiero cerrar haciendo una crítica: la explosión en Alamogordo no está bien desarrollada porque éstas no ocurren así. La temperatura alcanzada súbitamente hace que los gases suban tan rápidamente que la altura de las cenizas y la bola de fuego muestran muy pronto el famoso hongo nuclear. La necedad del director por desconfiar de la inteligencia artificial y de las animaciones en computadora cobran un precio. Si hubiera escuchado a los especialistas de la física, estos le habrían aconsejado contratar a un grupo de jóvenes que podrían resolver las ecuaciones de la cinética de gases que ocurre y simular la escena en forma fidedigna. En ese caso, el resultado hubiera sido excelente.