sábado, 4 de septiembre de 2010

Examen al Ceneval. Dieciséis años son muchos

Preámbulo.

Un mal día, la Secretaría de Educación y Cultura del Estado de Sonora anunció que los aspirantes a los bachilleratos públicos de Sonora ya no serían seleccionados con base en el promedio, sino con base en un examen aplicado por el Ceneval.

Los resultados de esa decisión se pudieron observar este verano de 2010 y oscilaron desde lo estúpido hasta lo absurdo. Una "computadora" tomó decisiones tan inteligentes como colocar a jóvenes que viven en Hermosillo, en preparatorias de la Ciudad de Nogales, a casi 300 kilómetros de sus casas.

En el mismo sentido, como parte de las acciones derivadas de la implantación del autoritarismo en la Universidad de Sonora, se establecieron en ella varios sistemas de admisión y rechazo en los que una empresa privada aplica exámenes a los estudiantes que pretenden ingresar a la universidad. Lo único que se conoce públicamente es una lista de aspirantes que son aceptados, dejando de lado, sin mención alguna, a quienes no fueron admitidos.

En el caso del Departamento de Física se decidió, en dos o tres oficinas siempre bien refrigeradas, que solamente habría cupo para 40 aspirantes. Curiosamente, en el año 2010 aparecieron 77 jóvenes que deseaban estudiar física, una carrera tan despoblada como necesaria, sin embargo, una línea en medio de la lista de aspirantes decía que el número 40 sí entraba, pero el número 41 no.

Una de las cosas más graves es que hasta los especialistas en la física y en las matemáticas, se crean los cuentos de los exámenes de admisión, cuando de lo que se trata es de un instrumento de control ligado a un gran negocio de particulares.

La pretensión teórica frente a un objeto de conocimiento sumamente complicado.

Los sistemas estandarizados de exámenes para ingresar a los bachilleratos y a las universidades públicas son una manifestación de la arrogancia, la insensibilidad y la ignorancia de las administraciones gobernantes.

En términos teóricos, los exámenes aplicados por el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior, mejor conocido como Ceneval, tienen como propósito predecir la posibilidad de éxito de un adolescente o joven que pretende cursar el bachillerato o una carrera universitaria.

Después se extiende a la supuesta capacidad de predicción y diagnóstico del futuro desempeño profesional del egresado.

Comparado con un problema de mecánica clásica, esta pretensión de los así llamados teóricos de la evaluación en asuntos educativos equivale a pronosticar en qué punto y en cuál tiempo estará un objeto, siempre y cuando tengamos conocimiento del punto en que se encuentra en un instante anterior.

Para explicarlo con un ejemplo diremos que en mecánica celeste se puede saber dónde estará un cometa porque sabemos dónde estaba antes y con cuál velocidad de movía.



Sin embargo la mecánica celeste constituye la aplicación más exitosa de esa rama de la física que llamamos mecánica y ahora sabemos bien que no todos los fenómenos naturales se conducen así, por esa razón, para sistemas más complicados que los del movimiento de los cuerpos celestes, se ha desarrollado una rama de la física y de las matemáticas que se conoce con varios nombres: sistemas dinámicos, sistemas no lineales, entre otros.

Para estos últimos existen conceptos nuevos en los que las explicaciones cualitativas son muy importantes. Así, en lugar de hablar del punto por el cual va a pasar un objeto en determinado instante posterior al que vivimos, se establece cuál es la región en la que podrá estar el cuerpo y se habla también de la estabilidad de las trayectorias que un cuerpo podría tomar dependiendo de sus condiciones iniciales, es decir, del sitio en que se puede encontrar en un momento dado.




Estos fenómenos son tan complicados, y tienen tantas variantes, que su solución es todavía un problema abierto. Para explicarnos mejor tomemos el ejemplo de un aeroplano que vuela bajo el control de su sistema de piloto automático. En este caso se trata de mantenerlo a cierta altura, con una velocidad determinada y con una orientación que lo lleve a su destino. Sin embargo, la presencia de turbulencias en la atmósfera, o las modificaciones ligeras del viento, ocasionan perturbaciones impredecibles en el aparato, mismas que necesitan corrección inmediata a fin de lograr el objetivo planteado de antemano.

Yo pongo en duda la calidad científica de los teóricos de la educación que se dedican a diseñar exámenes como los utilizados por el Ceneval. Ellos pretenden que sabiendo cuáles son los conocimientos de un adolescente o joven pueden predecir su trayectoria escolar en el bachillerato o en la universidad.

Es evidente que este problema es muchísimo más complicado que el de un avión volando, pero la posición arrogante de estas supuesta autoridades de la educación los lleva a intentar la predicción de las trayectorias escolares de los estudiantes mediante un examen, es decir, dejando de lado la trayectoria escolar previa de cada individuo.

La estadística y la probabilidad en manos de ignorantes y arrogantes.

La aplicación arrogante y llena de ignorancia de estos exámenes de ingreso les permiten a los compradores de esta quimera tomar una lista de aspirantes y trazar una línea divisoria entre los que ingresan y los rechazados. A partir de allí se generan esperanzas y frustraciones en una población de jóvenes sin futuro claro en un país en el que el rumbo está perdido.



Rechazar a un estudiante porque solamente tiene probabilidad de 0.45 (es decir 45% en lenguaje coloquial) de seguir una trayectoria escolar exitosa, es similar a negarle una operación indispensable a una persona de 58 años porque sus posibilidades de éxito son inferiores a la mitad, porque ¡ya no es una persona productiva! O porque los recursos disponibles son escasos.

Es una insensibilidad que se ha mantenido a lo largo de varias décadas. Tantas que ya hay adultos de 30 años que no conocen otras formas de hacer política social.

Si los estudios y aplicaciones basados en el Ceneval fueran serios, empezarían por reconocer que este problema es un asunto de datos estadísticos en los que solamente se pueden establecer probabilidades, de modo que la línea que separa a los últimos aceptados de los primeros rechazados es un absurdo en el que solamente se busca un pretexto para ahorrarle dinero a un gobierno que viene gastando cada vez más en rescates bancarios, carreteros, exenciones de impuestos, devoluciones de los mismos, prestaciones a los altos funcionarios, etcétera.

En el año 2003, Raqueb Chain Revuelta, Nicandro Cruz Ramírez, Manuel Martínez Morales y Nancy Jácome Ávila, publicaron un trabajo en el que analizaban la probabilidad de éxito escolar en estudios superiores. Ellos compararon los resultados del examen de admisión en varias áreas con la evolución posterior de los estudiantes en sus estudios universitarios, encontrando que los más significativos eran los conocimientos del idioma Español y el razonamiento verbal, de tal modo que aquellos jóvenes con más aciertos tenían una probabilidad más alta de lograr una trayectoria satisfactoria, con buen aprovechamiento en sus estudios y continuidad en su progreso a lo largo de su carrera. A la inversa, un alto porcentaje de quienes tuvieron menos aciertos en las áreas de Español y razonamiento verbal siguieron trayectorias escolares con más dificultades e interrupciones.

El punto es que se trata de probabilidades, no de certidumbres, en un ambiente francamente laxo de aplicación de la probabilidad en la que un índice de correlación de 0.45 es considerado como muy alto. En la mecánica celeste, el índice de correlación es 1, porque sabemos bien lo que va a pasar. En el control de un avión en vuelo el índice debe ser de 0.95 para tomar como exitoso al piloto automatico, y allí, un índice de correlación por debajo de 0.90 se interpreta como una irresponsabilidad en la que se pone en riesgo la vida de los pasajeros.




Entonces, ¿por qué las líneas divisorias entre aceptados y rechazados? ¿Por que tanta arrogancia en la aplicación de esta clase de exámenes?

Examen al Ceneval

El Ceneval empezó su desarrollo a partir del 28 de abril de 1994, a partir de una recomendación de la Asamblea General de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior. Obviamente se trataba de una iniciativa de Carlos Salinas de Gortari, primero a través de sus tres secretarios de Educación Pública, el nada experto en educación Manuel Bartlet Díaz, el especialista en ventas y privatizaciones Ernesto Zedillo y el todólogo Fernando Solana, quien antes había sido Director de Planeación y Finanzas de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO), Secretario de Comercio, Secretario de Educación Pública, Director de BANAMEX y Secretario de Relaciones Exteriores.







Lo que quiero decir con esto es que ninguna de las cabezas principales sabía nada y que a pesar de los cambios cotidianos en la SEP, la intención original se mantuvo, lo cual muestra la intención escondida de un grupo de individuos incrustados en las oficinas en que se toman las decisiones. Esos, disfrazados de asesores, promovieron las tomas de decisiones escondidos detrás de cabezas visibles que, por ignorantes, los dejaron hacer.

Detrás del Ceneval hay una gran farsa y un excelente negocio en el que se va untando la mano a lo largo de toda la cadena de cargos en los que se toman las decisiones, dando como resultado final un precio por la aplicación de cada examen, debidamente pagado por los padres del aspirante a ingresar, sin que nadie sepa realmente a cuánto asciende el costo de producción de tales exámenes.

Entre las justificaciones de Antonio Gago, uno de los promotores de este negocio, está que “...las razones y circunstancias que
justificaron su creación [la del Ceneval] ...
pueden sintetizarse en una sola: la inconformidad en amplios sectores de la
sociedad respecto a la calidad de la educación ...”





Eso lo dijo en la Universidad de Baja California en el año 2000, en una conferencia a la que fue invitado.

Muy bien. Han pasado 16 años desde que se creó el Ceneval y 10 años desde que Antonio Gago pronunció esas palabras. Ya es hora de ponerle un examen al Ceneval y revisar si se ha resuelto la inconformidad de esos amplios sectores con la calidad de la educación.

Lo cierto es que cada vez que nos evalúa la Organización de Países para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) nos reprueba.

No pueden salirnos con el cuento de los economista neoliberales que afirman que todavía es muy pronto para evaluar sus resultados. Dieciséis años son muchos y el dinero pagado por padres de familia a lo largo y ancho del país es muchísimo.

Recurriré a un ejemplo que me encanta para apuntalar que el tiempo transcurrido es mucho. En 1945 Alemania, Japón y la Unión Soviética estaban destruidos por la Segunda Guerra Mundial. Dieciséis años después, tenían casi todo su país completamente reconstruido y empezaban a producir lo necesario para satisfacer las necesidades de su población. Aunque la Unión Soviética amerita un estudio aparte, éste debe hacerse sobre la base de que dieciséis años antes había terminado el asesinato de más de 28 millones de sus habitantes, acompañado de la destrucción de entre el 40 y el 60% de su planta industrial, con todas las áreas rurales devastadas por los nazis en un territorio que es ahora toda Ucrania, Bielorrusia y las tres naciones del Báltico: Letonia, Estonia y Lituania.

Dieciséis años son muchos para Antonio Gago y todos sus compañeros de viaje en esto de mejorar la educación por la vía de exámenes generales estandarizados en toda la república, en la que, como ellos mismos dicen: “Los exámenes del CENEVAL se diseñan y preparan para que tengan validez en
todo el país; por lo tanto, estos exámenes no se hacen de acuerdo al currículo, ...


A confesión de parte relevo de pruebas, aquí están los colmillos de la serpiente, enseñados a través de las palabras del propio Gago. La intención oculta es controlar el contenido de la educación haciendo que los profesores terminen enseñando de acuerdo a las preguntas que se hacen en los exámenes del Ceneval. El resto es un negocio de una empresa privada a la que deberíamos poner exámenes nosotros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustó el artículo. Es una pena que se venda tan fácilmente el futuro de miles de jóvenes, y que una computadora diga a qué universidad y prepa tiene derecho a entrar un estudiante. Yo soy de los que cree que no importa cual sea el pasado académico de una persona, si se presenta el catalizador adecuado, ésta puede cambiar. Creo que las instituciones educativas deben de ser imparciales al dar oportunidades al los estudiantes, y no comportarse como compañías de seguros, que te niegan un seguro si estadísticamente tienes cierta edad, o ciertas condiciones de salud.