AGUA
El
vino bebido la noche anterior le provocó un pesado malestar en la base del
cráneo. Se levantó, se dirigió tambaleante hacia el lavabo, abrió la válvula,
unió las manos formando un recipiente y esperó la salida del agua. Ni una gota
humedeció su piel, sólo sintió el aire acumulado en las viejas tuberías
acariciar sus palmas; apoyó la frente en la fresca superficie del espejo y
suspiró. El murmullo lo hizo separarse del cristal, voltear de un lado a otro
para ubicar su procedencia, pero no vio a nadie; vivía solo y en ese momento no
era posible que alguien estuviera ahí. El susurro se convirtió en palabras y
éstas en exaltado reclamo. Volteó hacia todos lados: nada. La voz seguía su
perorata. Fue directo a la regadera, giró las llaves y un leve rumor erizó su
piel: voz, tono y mensaje magnificaron su sorpresa. Corrió hacia la cocina,
abrió los grifos y el griterío golpeó sus tímpanos.
Alfonso
cayó al suelo con los ojos muy abiertos; las voces se deslizaron por el tobogán
de sus oídos y lo despertaron casi por completo. Por fin escuchó con claridad:
“¿Por qué lo hiciste?” La respuesta resonó en el baño. Se levantó, salió con
rapidez de la cocina y cerró con fuerza la válvula del lavamanos. “Tú, tú, tú”
se oía, entonces, recordó que el fontanero había olvidado eliminar el goteo. No
tenía idea de quiénes ni de qué lo acusaban sólo imaginó miles de índices
golpear su pecho. El iterar del monosílabo fue desesperante; hizo jiras un
trozo de tela, tapó el orificio del grifo y el silencio lo alivió momentáneamente.
El pronombre se escurrió como una gota de agua entre el tejido y el estribillo
se ubicó en intervalos mucho más prolongados.
El
rumor en la tina lo obligó a girar y saltó a ella; cayó en la cuenta de que los
manerales estaban completamente abiertos y los cerró con firmeza; pero las
voces llenaron la bañera hasta el tope; y cuando comenzaron a repetir los
hechos, como si lo hubieran visto todo, Alfonso liberó la boca de alcantarilla
y dejó que la terrible condena se fuera por los albañales. Apretó las llaves
nuevamente y cuidó que no escapara ni un sonido de la regadera. Abandonó el
cuarto de aseo y los gritos que invadían la cocina lo hicieron apresurar el
paso y aferrarse a las válvulas del fregadero. Las apretó muy fuerte y la llave
izquierda se quedó enredada entre sus dedos. El chorro de voces se elevó hasta
el techo y descendió en partículas, como lluvia ácida, sobre él. “Nos jodiste a
todos” inundó sus tímpanos; las demás expresiones azotaron su cuerpo y dejaron
terribles mensajes tatuados en su piel.
“Nos
jodiste a todos”, “Nos jodiste a todos” y el estruendo de voces se apoderó de
la cocina y, poco a poco, de la vivienda entera. Alfonso sintió el mareo cuando
las palabras penetraron su epidermis y oprimieron su corazón; los latidos
tomaron el ritmo del vocerío y el arrepentimiento lo hizo caer al suelo: “Qué
hice, Qué hice, balbuceó”. El golpe cerró su consciencia y éste alivió su
martirio.
Otros
golpes pero en la puerta lo despertaron. Alfonso registró centímetro a
centímetro alderredor; lo que vio, lo hizo tambalear y cayó de rodillas. Se
incorporó, y como pudo, abrió la puerta. La mirada del plomero escudriñó las
pupilas de Alfonso, recorrió su cuerpo y al final se abrió hacia el interior de
la casa. Los ojos de Rafael se entrecerraron, apretó los dientes, empuñó la
stylson y entró decididamente.
RAMÓN SANTOYO DURÁN
Junio de 2008
Guaymas, Sonora.
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