El cerro del Chivato
De acuerdo a dos anécdotas que voy a relatar, el cerro que presento en la fotografía anterior constituye la punta norte del territorio que la etnia Yaqui consideraba como propia en la década de los años 1960.
Ahora estos terrenos están en posesión de distintos integrantes de los empresarios locales, entre los cuales se encuentran los descendientes de los parientes de militares y civiles que se apropiaron de territorios que ellos llamaban “nacionales”, pero que eran en realidad la aplicación de una triquiñuela conocida como la Ley Lerdo, publicada el 26 de junio de 1856 y que decía en su artículo 1:
“Todas las fincas rústicas y urbanas que hoy tienen o administran como propietarios las corporaciones civiles o eclesiásticas de la república se adjudicarán en propiedad a los que las tienen arrendadas, por el valor correspondiente a la renta que en la actualidad pagan, calculada como rédito al seis por ciento anual.”
Esta redacción resultó oscura y enigmática, ahora se enseña que se trataba de medidas en contra de las propiedades acumuladas por el clero católico, pero en la enseñanza se pasa por alto que también estaban dirigidas en contra del concepto de propiedad comunal de los indígenas, quienes poseían sus territorios ancestrales dentro de un concepto cosmogónico en el que ellos se veían ligados a la tierra, al margen del concepto de propiedad privada de la misma.
En el caso de los yaquis, sirvió como pretexto para continuar con el proceso paulatino de despojo de sus tierras originales, convertido, en diversas etapas de la historia, en un conflicto en el cual los gobernantes se asociaron con sus beneficiarios para enriquecerse. En la actualidad, los gobiernos priístas y panistas no se quedan atrás como herederos de una historia de latrocinio en contra de la tribu.
En la foto siguiente se puede observar una vía de ferrocarril. Está tomada en Estación Moreno Sonora, una población abandonada en la que ya nadie puede vivir por razones que no trataremos ahora.
Esta fotografía está tomada mirando hacia el sur y se puede observar a la izquierda un arbusto que intenta crecer alimentándose de la humedad que se conserva debajo de las piedras. En la década de los años 1960, éste era un poblado con no más de 15 habitantes, mismos que vivían del embarque de grafito durante todo el año, o de ganado entre los meses de noviembre y enero. El arbusto es importante porque por allí pasa la línea imaginaria que los yaquis recorrían periódicamente para vigilar su territorio.
El sitio se encuentra en los 28 grados 30 minutos y 14.63 segundos de latitud norte, con 110 grados 41 minutos y 00.19 segundos de longitud oeste. Esto es extremadamente interesante, porque se ubica mucho más al norte de los sitios tradicionalmente reconocidos por los historiadores cotidianos.
A Estación Moreno Sonora llegaba muy poca gente, pero por allí pasaban caminando los yaquis cuando menos una vez al año, siguiendo una línea en la que iban revisando una serie de señales que reciben el nombre de mojoneras. Se trata de piedras de buen tamaño amontonadas para indicar una señal precisa y son comunes en los señalamientos de los linderos de los terrenos concesionados a las empresas que explotan minas. En más de una ocasión, como acompañante infantil de mi padre, que cazaba conejos o palomas para comer, nos encontramos alguna de esas señales en los terrenos cercanos a Estación Moreno. En cada ocasión, él me comentaba que se trataba de las señales de los Yaquis y yo lo interpretaba como un gesto indicativo de que era algo con lo cual habíamos de tener cuidado.
En una ocasión, vi llegar dos Yaquis caminando hasta la cerca de mi casa. Venían desde el noreste y llegaron a pedir agua fresca porque la del tambo del exterior estaba muy caliente. Mi madre les dio agua y aprovechó para preguntarles que hacían por esa región tan solitaria. Como ya sabíamos, contestaron que revisaban las fronteras de su territorio. Cuando mi madre les preguntó dónde estaba la línea de esos linderos que ellos cuidaban el único yaqui que hablaba señaló unos tanques de gasolina que se encontraban aproximadamente a 60 metros del sitio donde estábamos.
-
Por en medio de esos tanques que están allá –
respondió.
En otra ocasión, los yaquis estaban embarcando ganado que llevaban desde un rancho que se encontraba del otro lado de la Sierra del Bacatete.
Para nosotros era una serranía de color azul que se divisaba hacia la región sureste de Estación Moreno y yo la conocía porque una canción que tocaban en la radio, dedicada a Sonora, la mencionaba. En aquellas fechas de mi infancia esas montañas parecían muy lejanas. Ahora se que se encuentran a menos de 35 kilómetros de la que una vez fue mi casa.
En una ocasión, mi padre conversó largamente con uno de los yaquis que manejaban la información sobre el embarque de ganado. Aprovechando el momento, él le preguntó sobre los linderos de la tierra de los yaquis, y de nuevo, la respuesta del indio fue muy precisa. Señaló al cerro del Chivato y dijo que esa montaña era el límite de sus tierras. A pregunta de mi padre sobre la confianza de ellos en que algún día les serían devueltas, el hombre contestó que existía la promesa de que se las iban a regresar conforme ellos las fueran necesitando.
No conozco con detalle los contenidos precisos de los distintos tratados del gobierno mexicano con los Yaquis, pero jamás he leído a ningún historiador comentar sobre el cerro del Chivato como el límite de su tierra. Tampoco cuento con contactos entre los integrantes de esa etnia, y además, ni siquiera forma parte de mi profesión el estudio de todos estos detalles. Soy un aficionado que recuerda las anécdotas relatadas.
Alguien podría preguntarse: ¿para qué querrían los yaquis unos terrenos tan alejados del Valle del Río Yaqui, sin agua y tan inhóspitos? Ocurre todo lo contrario, hasta donde mi conocimiento alcanza, son territorios perfectos para las formas de sobrevivencia de esa tribu. Tanto con las costumbres que tenía en la época anterior a la colonia, como en su forma de vida en la actualidad.
María Eugenia Olavarría Patiño, Doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana, cuenta en su tesis de doctorado, intitulada “RITMO y ESTRUCTURA DEL CICLO RITUAL YAQUI”, que “… la información sobre el pasado prehispánico yaqui no permite una idea objetiva y completa de la vida de ese pueblo antes de la llegada de los españoles.” Describe a esta etnia como “… agricultores seminómadas que complementaban su actividad con caza, pesca, recolección y la guerra contra sus vecinos.”
Olavarría relata en su tesis que “En las misiones el trabajo estaba reglamentado: tres días se trabajaba en los bienes de la misión y tres días en las propias tierras, el séptimo día se dedicaba al culto cristiano.” Sin embargo, eso ocurrió después de tres fracasos de los españoles al tratar de conquistarlos. La tercera ocasión lo intentaron cuando solamente los Yaquis faltaban por dominar en lo que ahora es el territorio de Sonora. Entonces optaron por la negociación y ambas partes acordaron que pasaran los misioneros a sus tierras.
En un texto atribuido a María Eugenia Olavarría Patiño, pero que no forma parte de su tesis de doctorado, se dice que el grupo original Yaqui residió en la cuenca del Río Yaqui, desde el paralelo 27 grados hasta el paralelo 31 grados de latitud norte. Esto los ubica desde el sur de la Isla Huivulai, en el Mar de Cortés, al oeste de la Ciudad de Navojoa, hasta 36 kilómetros al sur de la línea fronteriza entre México y Estados Unidos, al norte de la presa la Angostura. Ese texto puede leerse en la siguiente dirección de Internet: http://www.encyclopedia.com/topic/Yaqui.aspx
El territorio
de los Yaquis topaba al norte con Seris y con Ópatas y al oriente con Pimas. El
espacio reclamado en el Siglo XX por los Yaquis viene a ser el mismo que habitaban
cuando el misionero jesuita Juan Nentvig escribió su “Descripción Geográfica, natural
y curiosa de la Provincia de Sonora” entre 1750 y 1767. Sugiero consultar esta
obra para profundizar en los detalles.
La
descripción de este misionero refuerza la conclusión que resulta de las
anécdotas relatadas al principio en esta contribución al blog. Sugiere que la
línea recorrida por los Yaquis entonces, era la división que marcaba los
linderos entre su territorio y el de los Seris, incluido el Cerro del Chivato.
Los datos disponibles sobre la población Yaqui dan cuenta de que en el año 1530, apenas nueve después de la caída de Tenochtitlán, se dispuso de un registro de 30 mil yaquis. Sin embargo, para 1830, cuando los enfrentamientos más cruentos no empezaban todavía, quedaban apenas 12 mil.
Entre 1830 y 1887, la crueldad mostrada por los ejércitos de los distintos gobiernos que se sucedieron en el mando del México independiente habían logrado disminuir la cantidad de yaquis en el valle a unos 4 mil. Para 1905, como parte de la política de Porfirio Díaz, habían sido deportados 18 mil y de acuerdo al censo de 1990, los yaquis estabilizados en el valle eran cerca de 10 mil.
La historia de agresión en contra de los Yaquis compite en ruindad con la llevada a cabo en el actual territorio de los Estados Unidos. En el sitio de Internet intitulado Manataka American Indian Council, cuya dirección agrego al final de este párrafo, se relata una de las múltiples acciones ruines perpetradas por el gobierno mexicano en contra de la etnia Yaqui, siempre con el propósito de apropiarse por completo de su agua y de sus tierras. Traducido al Español, en el texto que menciono se cuenta que en 1868 fueron capturados 600 Yaquis, hombre, mujeres y niños, cerca de Bacum, y después de retirarles sus armas (arcos, flechas y rifles), a 450 de ellos los dejaron encerrados adentro de una iglesia, a la cual le prendieron fuego en el transcurso de la noche, masacrando al menos a 120 de ellos en su interior. Más adelante abundaré sobre este hecho.
http://www.manataka.org/page129.html
Otra fuente interesante de datos, que no necesariamente están comprometidos con los intereses de los grupos gobernantes en México, se pueden hallar en la página “Sustained action”, sección llamada “explorations”. Se encuentra allí un grupo de trabajos marcados con el número romano VIII y consta de once trabajos, uno de los cuales fue escrito por Linda Zoontjens y Yaomi Glenliver. Se intitula: “A Brief History of the Yaqui and their Land”. Ellas relatan que antes de 1617 los españoles fracasaron en tres intentos de conquistar a la Etnia Yaqui y que a consecuencia de esos resultados militares, escogieron el camino de la colonización espiritual, logrando un acuerdo mediante el cual harían presencia en territorio Yaqui un grupo de misioneros, a razón de uno por cada cuatro mil indios.
Durante los siguientes 125 años la región se mantuvo pacífica, el sistema de misiones logró ubicar a esta etnia en once pueblos primero, y después en ocho. Se introdujo un sistema de producción agrícola y ganadera en la que se cultivaba trigo y se criaban ovejas, además de otros animales domésticos. La producción generó excedentes y con eso los misioneros pudieron continuar su proceso de exploración y de organización de los indios en misiones en regiones más al norte de la cuenca del Río Yaqui.
El proceso de deterioro en la relación de los misioneros jesuitas con las autoridades militares enviadas por el virreinato de la Nueva España impactó en la relación de los yaquis con la estructura del poder español. Ellos se habían acostumbrado a trabajar por un salario para consumir productos españoles, como ropas femeninas y caballos para los varones. La propiedad y administración de la producción excedente provocó conflicto entre las autoridades militares y los misioneros. Los primeros trataban de que la mano de obra de los indios fuera utilizada para la explotación en las minas, mientras que los jesuitas se negaban a que el trabajo de los indios fuera administrado por personas distintas a ellos mismos. A su vez, los integrantes de la etnia sentían que los sacerdotes se estaban apropiando del fruto de su trabajo, de modo que el caldo de cultivo para una rebelión fue madurando desde 1733. Los Yaquis exigían elecciones libres de sus dirigentes, respeto a las fronteras de su tierra, pago por el trabajo que realizaban y no ser requeridos para trabajar en las minas. La situación estalló cuando en 1740 el producto de la cosecha fue vendido a California, como siempre se hacía, dejando a la etnia en medio del hambre debido a que las inundaciones habían destruido gran parte de sus cultivos.
A diferencia de lo ocurrido en los primeros cien años de penetración cultural en la etnia yaqui, donde el trabajo de los misioneros era indispensable, en esta ocasión las autoridades civiles y militares consideraron que ya no los necesitaban, incluso, culparon a los jesuitas de ser los responsables de la rebelión, de modo que la situación, cada vez más tirante, terminó en 1767 con la expulsión de la orden de los jesuitas de todo el reino.
La etnia por su parte, reafirmó su convicción de que eran una nación libre, y cuando en la época del México Independiente se les exigió el pago de impuestos al gobierno central, se negaron, argumentando que ellos eran libres de antemano y que no reconocían ningún derecho sobre ellos. De acuerdo a Linda Zoontjens y Yaomi Glenlivet, los yaquis seguían los principios de la nación mexicana recién nacida, pero para aplicarlos a si mismos, sin reconocer ninguna clase de sumisión al gobierno surgido de la guerra de independencia. La rebelión estalló de nuevo y esta vez bajo la dirección del jefe indígena Juan Ignacio Jusacamea, conocido posteriormente como Juan de la Cruz Banderas. Este líder promovía una visión integradora de los indios, sin importar que fueran Yaquis, Mayos, Ópatas o Pimas. Se mantuvo el enfrentamiento desde 1824 hasta 1833 y terminó con el arresto y traslado de este jefe indio, además de otros once jefes de distintas etnias que acumularon tropa de más de dos mil efectivos.
El desenlace de la guerra contra Juan de la Cruz Banderas es considerado ahora como un triunfo del gobierno central de la nación mexicana, y en efecto, para los yaquis ya no hubo descanso, ni alegrías, en lo sucesivo encontraron solamente dolor, muerte, calor, sed y hambre. El gobierno establecido en nombre del México Independiente actuó contra esta etnia con toda la saña que le fue posible y desarticuló las intenciones autonómicas de todos los indios del noroeste de México. Sin embargo, la mayoría de los historiadores mexicanos no alcanzan a comprender, todavía, que los gobernantes supuestamente triunfadores hicieron su pecado, pero le transfirieron a la nación la penitencia. Basados en la fuerza mestiza, no pudieron defender el territorio del país. Tres años después perderían Texas, y antes de 1849 ya habían perdido la mitad del territorio nacional.
Los gobiernos mexicanos tenían una visión racista del desarrollo. Es sorprendente que a pesar de las lecciones de política convenenciera legadas por Hernán Cortés, quien se unió a las tribus resentidas con los aztecas para derrotarlos, los gobernantes del México Independiente no pudieron articular una política de alianzas similar para frenar la expansión estadounidense sobre el territorio del nuevo país que pretendían formar. Atacando a los indios que se unían en Sonora, alejaron la posibilidad de atraerse la colaboración de Navajos, Apaches y Comanches, entre otros, para detener el avance de un poder que llegaría a sojuzgarlos a todos, incluidos los gobernantes mexicanos.
La guerra en contra de los Yaquis fue de exterminio, y como ya señalé antes, las técnicas utilizadas no desmerecen en crueldad si se les compara con las de los gobiernos estadounidenses que mataron a los pobladores originales de las tierras que ocupan ahora en los Estados Unidos. Para los gobernantes militares y civiles de México, los Yaquis eran bandidos tostados a los cuales no había que darles reposo. Era necesario perseguirlos en haciendas y en ranchos, por el valle y por la alta montaña para no darles reposo, a fin de que lo abrazara la sed, se desgarraran sus vestiduras y se desgarraran sus carnes. Ver por ejemplo: Federico García y Alva (ed.), Álbum-directorio del estado de Sonora, Hermosillo, A.B. Monteverde, 1905-1907.
Los comandantes del
genocidio en contra de los Yaquis son ahora respetables próceres homenajeados
con nombres de calles y de poblaciones en Sonora. Uno de ellos es el Gobernador
Ignacio Pesqueira, quien en 1867 organizó dos expediciones militares contra
ellos. Ambas bajo el mando del General Jesús García Morales, quien marchó desde
Guaymas hacia Cocorit y Pótam. En marzo de 1868, previendo que las tropas
serían transferidas fuera del Estado de Sonora, ocurrió el evento que ya he
mencionado antes. Debido a que es notorio por su crueldad, voy a tomar algunos
detalles escritos por Edward H. Spicer, quien trabajando para la University of
Arizona escribió: "The military history of the Yaquis from 1867 to 1910:
three points of view”. Le llama la Masacre de Bácum. Traducido al Español,
cuenta que allí se presentaron 600 yaquis ante García Morales para pedir la
paz. Alguien conocido como el Coronel Bustamante les recogió sus armas, 48 en total, pero
solamente fueron liberados 150 de quienes se habían presentado. Los otros 450
fueron mantenidos presos en la iglesia de Bácum. De ellos, diez fueron
identificados como líderes yaquis, razón por la cual fueron fusilados sin
juicio previo. Los otros 440 quedaron encerrados en el interior de la iglesia y
hacia la puerta quedaron apuntados los cañones de la tropa comandada por García
Morales. Durante la noche se inició un incendio dentro del recinto y la gente
prisionera rompió como pudo la puerta para tratar de escapar, entonces actuó la
artillería. El escrito se puede consultar en: http://www.huachuca.army.mil/sites/history/html/spicer.html
El sufrimiento de
esta tribu ha dado lugar a relatos impresionantes de los mismos yaquis, quienes
dejaron registrados su suerte y sus sentimientos en pasajes como el siguiente:
“Y así anduvimos de un lugar a otro, escondiéndonos en las faldas de los cerros
para no ser vistos por los enemigos; durábamos hasta dos días sin comer ni
tomar agua, y sin hablar para que no nos descubrieran. En muchos casos, cuando
las señoras llevaban niños chiquitos, los ahogaban en el pecho para que con el
llanto no nos delataran y nos mataran a todos.” Ver Colección Etnias, 1994. Tres
procesos de lucha por la sobrevivencia de la tribu Yaqui, testimonios,
Hermosillo, Universidad de Sonora, 1994, p. 49, Colección Etnias.
Los libros de texto
sobre historia de Sonora no son muy abundantes en los niveles de estudios
básicos y en lo referente al genocidio cometido en contra de los yaquis son
evasivos. Pareciera que desean condenar todo al olvido como una forma de cuidar
la memoria de algunos integrantes de la historia oficial. Sin embargo, la
conducta de los dueños del poder en esta región de México no ha logrado escapar
al conocimiento del mundo entero. Por ejemplo, se puede consultar la siguiente
dirección para constatarlo: http://www.rebanadasderealidad.com.ar/ramos-10-26.htm
En el
conjunto de acciones armadas de la guerra del Yaqui, una de las más trágica y
de más graves consecuencias para la resistencia de la etnia fue la masacre del
18 de enero de 1900 en Mazocoba, en las montañas del Bacatete, Sonora. Una
partida guerrillera fue localizada por tres columnas del ejército federal en
una cañada y los combatientes yaquis se concentraron en el cañón de Mazocoba,
desenvolviéndose el combate durante todo el día. El 21 de febrero, tres días
después, el general Luis E. Torres informaba de la siguiente manera sobre esa
batalla:
“Las
pérdidas del enemigo fueron más de 400 muertos, sin contar los que se
precipitaron al fondo de los barrancos, que fueron muchos. Entre los cadáveres
del enemigo se identificó, fuera de toda duda, el del cabecilla Pablo Ruiz (a)
Opodepe, a quien los rebeldes reconocían como jefe supremo, y que fue sin duda
el alma de la rebelión. Además se hicieron como 1000 prisioneros mujeres y
niños, la gran mayoría de los cuales murió en el camino de Mazocoba al Tetacombiate;
otros se extraviaron y el resto, 834, queda a la disposición de Ud. en el
cuartel de las Guásimas.”
De acuerdo a los dos
relatos que he mencionado al inicio de esta contribución a mi blog, la serranía
que se observa en la siguiente foto sería parte de las tierras perdidas de los
Yaquis. Esas que, hasta donde mi conocimiento alcanza, ningún historiador
registra.
La foto está tomada
desde un punto situado a una distancia de seis kilómetros y no
está muy cerca de la bien conocida Sierra del Bacatete, que se muestra como unas
montañas azules muy lejanas. A más de 40 kilómetros de distancia. Ver foto siguiente:
Es una equivocación
pensar que esta serranía es una extensión del territorio semidesértico de
Sonora. En febrero, con lluvias de invierno clasificadas por los especialistas
como precipitaciones abajo del promedio, el campo puede florecer como se
aprecia en la siguiente fotografía
Allí, a pocos
kilómetros del cerro del Chivato, la flora crece por donde puede, tomando la
humedad que se libera del Sol porque la protege la sombra de las piedras, y
logra combinaciones de colores diversos.
Son terrenos donde no
puede haber agricultura en el concepto estadounidense de las grandes
extensiones de terreno y de las maquinarias gigantescas. Por eso, allí no han
llegado los vampiros modernos de la explotación agrícola que clavan sus
colmillos en la tierra y succionan el agua subterránea hasta agotarla, mientras
sus cuentas bancarias en el extranjero aumentan. Debido a esa ausencia de
explotación desmedida, el agua subterránea se puede encontrar a menos de quince
metros de profundidad, y si se sabe cuidar su uso, alcanza perfectamente para
la vivienda.
También puede vivir
el ganado vacuno, porque el agua corre en grandes cantidades cuando llueve,
aunque no se trate de enormes precipitaciones como las del sur de México.
Haciendo pequeños represos, se acumula el agua durante meses, siendo suficiente
para la conservación de la vida animal. Son embalses relativamente pequeños,
inútiles para pensar en grandes proyectos agrícolas, pero suficientes como para
que tomen agua las reses criadas en sistemas de semiestabulación y para que
vivan felices los patos. Observando cuidadosamente la siguiente fotografía, se
pueden descubrir algunos de ellos nadando en agua poco profunda.
Que esto sea así no
tiene nada de extraño si se revisa la red de cuencas de los arroyos de la zona.
Si se recorre la carretera que conecta la ciudad de Hermosillo, con Yécora, y
que pasa por el poblado de La Colorada, uno encuentra que en menos de 35
kilómetros se transita por la cuenca de cuatro grandes arroyos: el de Mátape,
que nace mucho más lejos y después llena la Presa de Punta de Agua, otro
relativamente desconocido que los pobladores de la región llamaban en los años
1960 el arroyo de los Coyotes, el arroyo de las Uvalamas, y el arroyo de la
Posa, que fluye hacia la Costa de Hermosillo.
El arroyo de las
uvalamas recorre esta sierra por el occidente, el de los Coyotes lo hace por el
centro, y el de Mátape lo hace por el oriente. Esto significa que se trata de
una serranía muy útil para una etnia que era eficiente en la sobrevivencia
mediante la práctica de la cacería y de la recolección de frutos silvestres.
Pensar que los Yaquis admitieron, en la época anterior a la colonia española,
un trazo de su territorio al sur de esta sierra, para dejarla en manos de otras etnias, es semejante a pensar que los Estados Unidos habrían dejado California
en manos de los mexicanos. No fue así, pues en 1847 se la arrebataron junto con
más de la mitad de lo que entonces era el recién nacido México.
La presunta línea
divisoria que sugiere Francisco P. Troncoso, como límite norte del territorio
defendido por los Yaquis en la época del porfiriato se coloca al norte del
Bacatete, pero al sur de la sierra que vengo describiendo en este escrito.
Según Troncoso, los
Yaquis no iban más allá de los poblados de la Misa, Punta de Agua y Las
Capomas. Es decir, el límite norte estaría en los 28 grados con 26 minutos y
07.29 segundos de latitud norte y 110 grados con 24 minutos de longitud oeste.
Es un sitio con
cerros pequeños, similares a los que se observan en la siguiente fotografía,
donde podemos apreciar tierras arenosas con arbustos y abandono.
Estas regiones
inhóspitas albergaron mucha vida y una febril actividad hace apenas cuarenta
años, hasta el punto de que la explotación ganadera sin moderación, ligado a la
cacería ilegal de la fauna originaria de estas tierras, llevó a la casi
extinción del jabalí, el venado cola blanca y el venado bura. Existía la Ley
Federal de Caza de 1951, pero era aplicable para los bueyes de mi compadre. En
la década de los años 1960, una campaña oficial en contra de la especie de los
coyotes intentó acabar con ellos. No lo consiguieron, pero sí obtuvieron un
crecimiento exagerado de las liebres.
Los límites dibujados
en los libros y en las tesis acerca de los linderos de la tribu Yaqui no son
lógicos.
Son muy similares al mapa tendencioso de Troncoso, para quien los
líderes rebeldes de los Yaquis eran unos “jefecillos”. Con frecuencia se trata
de cosas escritas por personas que nunca anduvieron esas tierras, ni
conversaron con los pobladores mestizos de ellas. Por ejemplo, en la década de
los años 1960, uno de mis hermanos encontraba puntas de flechas hechas de
piedra de pedernal, a un lado del camino que unía el poblado de la Misa con el
de Estación Moreno, en el cruce con el arroyo de las Guácimas, en los 28 grados
29 minutos con 27.52 segundos de latitud norte, y 110 grados 37 minutos con
11.18 segundos de longitud oeste. Con el tiempo, él adquirió la experiencia
suficiente para saber que esas puntas de flecha quedaban al descubierto después
de una lluvia. El sitio que menciono se encuentra a más de 15 kilómetros al
noroeste de la supuesta frontera que he mencionado antes y a 25 kilómetros de
la parte norte de la Sierra del Bacatete. El Cerro del Chivato se ubica a 28
kilómetros al norte del punto geográfico que estoy mencionando.
Es un sitio que
llegó a ser muy conocido por mi familia, pues se encuentra a seis kilómetros de
Estación Moreno y nosotros asistíamos allí de día de campo, a donde nos
trasladábamos arriba de una carreta jalada por una mula.
Estas tierras
perdidas de los Yaquis se encuentran ahora cercadas como si fueran propiedad
privada, existen letreros que impiden el paso a través de ellas, como puede
verse en la siguiente fotografía
Se debe a que en
diciembre de 1996, por iniciativa de Ernesto Zedillo Ponce de León, el congreso
mexicano dominado por el Partido Revolucionario Institucional modificó la Ley
General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente. En especial, en
su Artículo 87 establece desde entonces lo siguiente:
“ARTÍCULO 87.- El
aprovechamiento de especies de flora y fauna silvestre en actividades económicas
podrá autorizarse cuando los
particulares garanticen su reproducción controlada o desarrollo en cautiverio o
semicautiverio o cuando la tasa de explotación sea menor a la de renovación
natural de las poblaciones, de acuerdo con las normas oficiales mexicanas que
al efecto expida la Secretaría.”
A partir de esa ley
empezaron a proliferar en México los llamados “ranchos cinegéticos”, en los que
se pagan grandes cantidades de dólares por entrar a cazar un animal criado en
condiciones de semicautiverio, acostumbrado a ver de cerca a los seres humanos
que llegan a alimentarlos.
Para que no se
escapen, los mantiene encerrados en potreros fácilmente reconocibles, porque
tienen más hilos de alambre de púas que los necesarios para mantener encerrado
al ganado vacuno. Los permisos para asesinar a estos animalitos mansos, que han
crecido alimentados por la mano de los jornaleros, se venden en miles de
dólares y los ranchos cinegéticos son anunciados en el Internet como lugares
similares a un paraíso donde esperan grandes aventuras.
Ante el temor de que se
escapen “sus animales”, como llaman a la fauna silvestre que les regaló el
gobierno de Zedillo Ponce de León, llegan hasta acciones ilógicas, como es la
de tapar el cauce natural de los arroyos para que los venados no se escapen por
los bancos de arena y se internen en otras tierras. Evidentemente, cuando
ocurren lluvias importantes en los meses de julio, agosto y septiembre, esos
retenes fabricados con láminas de acero se destruyen, pues el agua tiene que
pasar por algún lado.
El Cerro del Chivato,
límite norte de las tierras de los Yaquis, conforme a las declaraciones de los integrantes
de esta etnia que pasaban por Estación Moreno en los años 1960, se encuentra ahora
encarcelado.