martes, 18 de marzo de 2014

Las puntas hirientes del algodón



Al occidente de la ciudad de Hermosillo, Sonora, a doce kilómetros del campus de la Universidad de Sonora, se ubica un estadio de béisbol que, por ahora, se llama estadio Sonora.


Hay dos accesos al estadio y uno de ellos se llama calle Héctor Espino, en recuerdo del mejor bateador que alguna vez jugó para el equipo de los Naranjeros de Hermosillo.

Siendo una construcción nueva, alejada de la ciudad, todavía se respira allí cierta tranquilidad que pronto será destruida por los proyectos de fraccionamientos que ya están en desarrollo. Todavía se siente el ambiente del campo pero no se puede transitar por esos terrenos porque están llenos de letreros amenazantes.



Un caballo y un burro pastan apaciblemente a casi dos kilómetros del estadio. El asno es muy confiado y se acerca a los transeúntes que van a pasear en bicicleta cuando el Sol empieza a caer.



Extrañamente, encontré sobre un montón de basura unas plantas de algodón y las fotografié para que quienes lean estas líneas conozcan la planta de la cual salen una buena cantidad de sus prendas de vestir.



Pero quiero contar además otra historia. Vean la foto que sigue, donde hubo antes un capullo de algodón, se aprecian las puntas agudas (como espinas) de la planta.



Aunque la primera máquina exitosa cosechadora de algodón se inventó en el año de 1943, en la década de los años 1960 todavía se recurría a la mano del hombre para recoger el algodón. Era más barato y no se desperdiciaba nada.


Los campesinos mexicanos viajaban hasta Estados Unidos para ganar algunos dólares y, entre otros trabajos, uno de ellos era la cosecha de algodón. Un tío mío, hermano de mi padre, fue uno de esos muchos braceros que estuvieron allá. Una vez me contó que terminaban con las manos sangrando con esas puntas agudas, y como no debían manchar el algodón, tenían que limpiarse con cuidado y con frecuencia. Con el paso de los días, los dedos se les llenaban de cicatrices y el problema “se resolvía”.

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