sábado, 1 de marzo de 2014

El día en que el Sol amaneció por el Oeste (la contaminación olvidada de las Islas Marshall)


Introducción al tema

Buscando una noticia hasta el otro lado del mundo, me encontré con una historia que ya conocía pero había olvidado.

El 30 de enero reciente, circuló por todo el mundo la aparición de un náufrago en el Atolón Ebon, parte de las Islas Marshall, en el Océano Pacífico. Viajaba en una lancha de fibra de vidrio de siete metros de largo. Se trataba de José Salvador Alvarenga, un pescador de tiburones que había salido de las costas de Chiapas en diciembre de 2012, junto con Ezequiel Córdoba y no había regresado.

Si la historia contada por José Salvador es cierta, estuvo más de trece meses en el mar y viajó más de doce mil kilómetros en la pequeña barca. Revisé dónde queda el Atolón Ebón, a un poco más de 500 kilómetros al norte del ecuador y a casi cuatro mil doscientos cincuenta kilómetros al suroeste de Hawaii.

El tema me interesó porque en el año 2006 se conoció la noticia de Lucio Rendón, Salvador Ordóñez y Juan Vidaña, pescadores de tiburón que se habían perdido en el Océano Pacífico después de haber zarpado de San Blás, Nayarit, con el objetivo de pescar. Según contaban, después de ser arrastrados por la corriente ante la falla del motor de su lancha, estuvieron diez meses en el mar hasta aparecer en las Islas Marshall, un conjunto de formaciones coralinas situadas a más de diez mil kilómetros de las costas mexicanas. La historia fue muy bien contada por Adriana Malvido en su libro, Los Náufragos de San Blás, publicado por Editorial Grijalvo.

En consecuencia, el caso de José Salvador Alvarenga era el segundo, pero en este caso saliendo desde las costas de Chiapas, para ir a parar, trece meses después, en la misma región de las Islas Marshall.

Empecé a buscar los datos más cercanos posibles al lugar de los hechos y encontré un periódico en línea llamado The Marshall Islands Journal. Me dediqué a buscar algo sobre el náufrago, pero como la publicación es semanal, no había nada allí, y en general, las noticias en la mayoría de otros diarios del mundo eran muy pocas. Decían que su salud era precaria, que caminaba con dificultad y era de origen salvadoreño. Nada nuevo en esos días, pero como encontré después, los responsables de la publicación citada arriba ya tenían a Suzanne Chutaro realizarndo el trabajo pertinente y dedicarle un espacio considerable en la publicación del 7 de febrero siguiente. La titularon “Miracle Man” y publicaron, además del texto de Suzanne, varias fotos de un hombre barbado, con el pelo ligeramente rubio rubio. Otra foto de sus piernas extremadamente delgadas y una de uno de sus dedos del pie con una herida notable. Publicaron también una foto donde aparece un bote blanco, con el nombre “Camaroneros de la Costa” en letras negras y la primera letra C ya casi borrada.

Pasado nuclear, futuro oscuro (las olvidadas islas Marshall)

Guardé la hoja en html para comentarla después, a propósito de otro fenómeno similar que ocurrió hace pocos años y seguí armando mi nueva historia, sugerida por el contenido del mismo diario. Cuando tuve acceso por primera vez a la versión en línea de The Marshalls Islands Journal, encontré en el lado derecho de la pantalla el anuncio de un libro intitulado: “Nuclear Past, Unclear Future”, de Giff Johnson. En el anuncio se afirmaba que el autor mostraba allí algunos datos sobre la contaminación ambiental y las enfermedades causadas por la radiactividad. Temas secretos porque el gobierno de los Estados Unidos los había mantenido ocultos después de la prueba nuclear realizada por ellos en marzo de 1954. Se podía leer, además, algo desconocido para mi, que ese país había realizado 67 pruebas nucleares en el Atolón Bikini y en el de Enewetak.

El asunto se refería a un hecho ocurrido hace sesenta años, cuando tratando de obtener una bomba termonuclear, basada en la fusión del hidrógeno con la participación de litio, el gobierno de los Estados Unidos instaló un dispositivo de casi once toneladas de peso, 4.56 metros de largo y 1.37 metros de diámetro.

Los diseñadores habían planeado una explosión cuya potencia sería de cinco megatones pero resultó ser de quince.

El error consistió en suponer que de la mezcla de litio en la que había litio 6 y litio 7, solamente el primero habría de contribuir al proceso de explosión. Hicieron sus cálculos pensando que el litio 7 permanecería inerte, pero no fue así. En los hechos, este último isótopo también contribuyó y la potencia esperada pasó a ser el triple.

En esa circunstancia, la destrucción fue muy superior. En el atolón Bikini (de donde viene el nombre de la prenda de vestir que usan algunas damas) se formó un cráter de dos kilómetros de anchura y setenta y seis metros de profundidad. Eran las 6:45 de la mañana del primero de marzo de 1954, los vientos soplaban desde el occidente hacia el este y llevaron una masa de contaminantes muy superior a la esperada, a una distancia mayor a la prevista. De esta forma, la zona de exclusión marcada por el

El caso del barco japonés Fukuryu-maru

Aproximadamente a 110 kilómetros al este de la zona donde se realizaba la prueba nuclear, pescaba atún un barco japonés de nombre Fukuryu-maru, lo cual traducen como Dragón de la Suerte.

Cinco meses antes de la realización de la prueba, el gobierno de los Estados Unidos había notificado a la Agencia Japonesa de Seguridad Marítima que la zona de exclusión en torno al atolón Bikini se extendería hasta los 166 grados de longitud este más 16 minutos. Sin embargo, Mark Schreiber, al escribir para el Japan Times el 18 de marzo de 2012, escribió que nadie a bordo del buque lo sabía. Lo delicado es que se encontraban en la posición de 166 grados de longitud este más 18 minutos, lo cual viene a ser aproximadamente cuatro kilómetros al este del sitio marcado como peligroso.

Se trataba de un barco pequeño, de 25 metros de largo y desplazamiento de 140 toneladas. Había salido el 22 de enero de 1954 del puerto Yaizu en la prefectura de Shizuoka, a 137 kilómetros al suroeste de Tokio. Después de intentar, sin éxito, la pesca de atún en las cercanías de las islas Midway, emprendieron su viaje hacia el sur, donde los sorprendió el estallido del dispositivo nuclear.

Matakichi Oishi, uno de los tripulantes de la nave, quien entonces tenía 20 años de edad, escribió un manuscrito intitulado: “El día que el Sol salió por el Oeste”, publicado enel año 2011 y relató que vio un destello amarillo entrar por una de las aberturas circulares que permiten la entrada de luz al interior de los barcos (su nombre en Español es Ojo de Buey). Se levantó rápidamente para averiguar qué había ocurrido y encontró que el cielo y el mar se veían iluminados con una colección de luces fulgurante de colores.

Oishi relató que una nube se extendió sobre ellos y una lluvia persistente de polvo formado con partículas blancas empezó a caer sobre ellos dos horas después. Penetraba sin misericordia en sus ojos, narices, oídos y boca. “No sabíamos que era peligroso”, afirmó.

El polvo era coral levantado durante la explosión y estaba contaminado con los residuos radiactivos de la reacción que combinaba una explosión a base de fisión (bomba atómica) con una de fusión donde se usaba deuterio y líquido. La lluvia de ceniza cayó sobre la tripulación durante seis horas y por la tarde varios integrantes de la tripulación descubrieron quemaduras sobre la piel. Era la consecuencia del estroncio 90, el cesio 137, selenio 141 y uranio 237.

La velocidad del buque era de cuando mucho 5 nudos, es decir, 5 leguas marinas por hora, que convertidas a unidades comunes entre nosotros son 9.2 kilómetros por hora. Llegó a Yaizu el 14 de marzo siguiente. Anclado en el puerto, un contador geiger podía activarse a 30 metros de distancia, de modo que la tripulación fue puesta en cuarentena en un hospital. Su ropo y pertenencias fueron enterradas y 75 toneladas de pescado fueron destruidas por temor a su contenido radiactivo.

En el verano de 1954, Aikichi Kuboyama, el operador de radio del barco, enfermó del hígado y murió el 23 de septiembre siguiente.

Los habitantes de las islas Marshall olvidados

El caso de los pescadores japoneses fue bien conocido, pero los habitantes de las islas ubicadas a 150 kilómetros al este del punto de realización de la prueba nuclear ha sido olvidado. Y si a lo anterior agregamos que se realizaron 67 pruebas nucleares en esa área, podemos comprender cuál es la razón de que en las islas Marshall lo sigan recordando.

De acuerdo a un reporte técnico que puede ser consultado en la siguiente dirección:
en Rongelap, una de las islas situadas al este del atolón Bikini, dos tercios de la población sufrieron anorexia y náuseas en los días siguientes a la explosión, el 85% de los niños menores de 5 años sufrió náuseas y el 35% padeció vómitos. Un cuarto de la población mostró quemaduras en la piel expuesta y dos años después todavía había síntomas de trastornos gastrointestinales, entre otras perturbaciones a la salud.

Los problemas de tiroides, cáncer y otros efectos bien conocidos, continuaron más de 20 años después. Una de las grandes luchadoras a favor de las víctimas: Darlene Keju, autora del libro intitulado: “Don´t ever Whisper” (Nunca Susurres) murió de cáncer a la edad de 45 años.

Epílogo

Los efectos anteriores nunca fueron relevantes en la prensa estadounidense. Todo era justificable para defenderse de la amenaza comunista, pero en realidad, como hace ver David Holloway, en su libro Stalin & the Bomb (Stalin y la Bomba), pag. 329:

“... la amenaza nuclear sobre la Unión Soviética había crecido rápidamente en los primeros años de los 1950-s. El inventario de los Estados Unidos había crecido de 832 armas nucleares en 1952, a...”
mil 161 en 1953,
mil 630 en 1954,
2 mil 280 en 1955

y agrega enseguida: “En 1955 el arsenal nuclear soviético era ciertamente mucho menor...”

El siguiente sitio de la wikipedia:

indica que en el año 1950 la Unión Soviética tenía dos armas nucleares y 200 en 1955.
Según esa página, todavía en 1975 los soviéticos tenían un poco más de 19 mil armas nucleares contra 27 mil 519 de los Estados Unidos.

Resulta entonces que aquella amenaza eran mentiras, y en realidad, se trataba de la explotación de los sentimientos de paranoia en favor de un proyecto de negocios que devino en el complejo militar industrial del cual el Presidente Dwight Eisenhower advirtió en uno de sus últimos discursos como ocupante del cargo.



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