Han pasado
cincuenta años, pero todavía recuerdo la tarde en que narraron por la radio el
momento preciso en que un ser humano bajaba por una escalerilla y pisaba la
Luna. Recuerdo dónde estaba, y también, cuál era la actividad que estaba desarrollando
en esos momentos.
El de 1969
fue un año malo para nosotros, así se decía en la jerga de los campesinos cuando
la naturaleza nos negaba una temporada de lluvias suficientemente copiosas como
para regar las cinco hectáreas prestadas que mi papá sembraba con sorgo, maíz y
calabazas. La temporada de lluvias estuvo plagada de irregularidades: sitios
donde llovió normalmente rodeados de regiones donde no caía una gota de agua.
El 20 de
julio de 1969, pasado el medio día, hacía un calor poderoso, con un Sol
brillante que caía sobre nuestras cabezas. Pasada la una de la tarde anunciaron
en un noticiero que el módulo lunar estadounidense acababa de posarse en la
Luna. Varias horas después, faltando unos minutos para las siete de la tarde,
hora de Sonora, México, escuchamos de nueva cuenta una narración directa en la
que una voz en nuestro idioma contaba lo que seguramente veía en algún monitor
de televisión. Neil Armstrong y Buzz Aldrin estaban sobre la superficie de la
Luna mientras Michael Collins orbitaba esperándolos en la nave Apolo.
Para
nosotros los satélites artificiales eran cosa de todas las noches. Durmiendo al
aire libre en el patio de la casa, veíamos el cielo plagado de estrellas antes
de conciliar el sueño, y de pronto, casi siempre de noroeste hacia sureste,
pasaba una luz tenue que viajaba en una ruta muy definida. Una cantidad pequeña
de estas luces movibles que avistábamos se movía a mayor velocidad y de norte a
sur. Con los años pudimos averiguar que esas eran las trayectorias útiles para
los satélites artificiales dirigidos al espionaje, pero su velocidad más alta
la pude explicar sólo cuando estudié un poco de mecánica celeste, como un
subtema de una de mis clases de la licenciatura en Física.
Los viajes
espaciales eran un tema recurrente porque al sur de Estación Moreno, y para ser
más precisos al este de Empalme Sonora, había en los años 1960 una estación rastreadora
de los vuelos al espacio que realizaban desde los Estados Unidos. En las
noticias locales se presumía como si se tratara de un logro regional, pero se
ocultaba lo que nos contaban los ferrocarrileros asentados en Empalme: que
grupos locales de izquierda hacían manifestaciones en contra de la presencia de
esa instalación en la cercanía de la ciudad.
La estación
rastreadora tiene su propia historia y la he escrito en el portal “Física
Historia y Asuntos Universitarios”. Allí hay fotos que tomé personalmente hace
años y es de relevancia porque, después de que fue desmantelada, los terrenos
que ocupaba, así como las construcciones, fueron donados a la Universidad de
Sonora. Como indico en mi blog, todo parece indicar que estos se perdieron por
el desinterés de las autoridades universitarias a lo largo de casi cinco
décadas.
La
instrumentación necesaria para llegar a la Luna fue publicada varias veces en
revistas de origen estadounidense que llegaban a Estación Moreno como parte de
una suscripción que mantuvo mi padre hasta el verano de 1970. Año en que el
gerente de la empresa minera para la que trabajaba le quitó el trabajo sin
pagarle la última quincena, sin derechos de antigüedad y pretextando una cantidad
de supuestas razones que nos enseñaron, en carne propia, como es esto de la
justicia en México.
Las
gráficas y maquetas de los artefactos espaciales eran presentados con enorme
detalle. Hasta el punto que generaron en mi una curiosidad que se tradujo en un
enorme interés por todo ese asunto de las órbitas en torno a la Tierra, en
torno a la Luna y al Sol. Era enorme la certeza que destilaban esas
publicaciones, tanto que generaron en mi la idea de que no había posibilidad de
error.
El sistema
era sencillo pero requería mucha precisión en la orientación y el tiempo de
funcionamiento de los motores. Las tres primeras etapas del cohete Saturno V
pondrían en órbita en torno a la Tierra al vehículo que iría a la Luna (número
1 en la figura). Después, un cuarto cohete se encendería para poner al conjunto
en una órbita terrestre con forma de elipse con excentricidad muy grande, es
decir, de forma tan elongada que la acercaría a la Luna (número 2 en la
figura). Cuando eso ocurriera el mismo cohete se encendería para detener
ligeramente la nave y acomodarla en una órbita lunar (número 3 en la figura).
Allí se quedaría para que se desprendiera el modulo lunar y descendiera (curva
corta sin numerar).
Desde la
inocencia que me daba mi ignorancia, pensaba que el planeado viaje a la Luna no
era como el de Cristóbal Colón hacia América, o el de Juan Sebastián Elcano
para circundar la Tierra. Creía que todos los problemas técnicos estaban
satisfactoriamente resueltos y los movimientos calculados. Era así, pero no
hasta el punto en que yo suponía. Muchos años después supe que ninguna empresa
aseguradora de los Estados Unidos había querido vender un seguro para las
familias de los astronautas por si estos “llegaban a faltar”, como dicen los
vendedores de esas pólizas. Después de consultar a expertos, concluyeron que la
tecnología era tan mala que los riesgos de pérdida sobrepasaban los cálculos
estadísticos que garantizaban su ganancia. Fiel a su estilo, el recurso del
gobierno aquél fue vender bonos de apoyo que permitieran concentrar un capital
que sería dedicado a la manutención de los hijos y la esposa si el astronauta
fallecía como consecuencia de algún accidente.
En la
prensa y la literatura a nuestro alcance se hablaba de una “carrera espacial
contra los rusos”, pero años después aprendería que la frase: “la carrera a la
Luna” estaba llena de cuestionamientos.
¿Hubo
realmente una Carrera a la Luna?
La pregunta
se ha mantenido durante más de cincuenta años, pero la excesiva secrecía con la
que se manejaban los asuntos públicos en la antigua Unión Soviética no
permitieron dar con respuestas precisas. Con la desaparición de ese país se
empezaron a liberar algunos documentos oficiales. De los archivos históricos
resultó que en 1960 se había realizado un cónclave político militar en las
costas del Mar Negro. Allí, militares del más alto nivel habían hecho saber a los
políticos correspondientes que lo más importante para la URSS era la seguridad
del país, y en consecuencia, los esfuerzos de la industria del acero, de la
química y del sistema armamentista, tenían prioridad por sobre todos los sueños
de viajes interplanetarios. A partir de ese momento quedó claro que intentarían
alcanzar la paridad con los Estados Unidos en bombas nucleares y misiles de
largo alcance. Cosa que lograron antes de 1970.
Pero como
suele suceder, el pensamiento romántico se abría paso por encima de todas las
limitaciones y obstáculos presupuestales que pudiera poner enfrente una
burocracia que en aquellos años empezaba a oler a rancio. En la Unión Soviética
continuó con sus actividades un conjunto de soñadores que buscaba y obtenía apoyo
para realizar viajes espaciales que iban más allá de la llamada: seguridad
nacional.
Rechazar
los vuelos al espacio en la Unión Soviética no era políticamente sencillo, pues
como veremos más adelante, los logros alcanzados por esa creciente colección de
profesionales interesados en el tema eran muchos y le había dado a esa nación
un prestigio y una presencia internacional incuestionable.
En el año
de 1958, el científico James van Allen, nacido en Iowa en 1914, encontró que
los datos del satélite Explorer indicaban la existencia de regiones en la
vecindad de la Tierra que mostraban una enorme actividad eléctrica producida
por partículas cargadas. Este hallazgo fue confirmado por dos sondas
estadounidenses y una soviética entre 1958 y 1959. Los estudios posteriores permitieron
concluir que había dos de estas regiones y que tenían forma de dona. El nombre
que recibieron fue: cinturones van Allen.
La frontera
más cercana de estas nubes de electrones y protones pudo ser ubicada cerca de
los 600 kilómetros de altura sobre la superficie de la Tierra. La frontera más
lejana se encontró a casi 36 mil kilómetros de altura.
Regresando
a la actividad de los soviéticos. La potencia de los cohetes fabricados en la
URSS se había venido probando desde principios de los años 1950.
El 22 de
julio 1951 dos perros transportados en una cápsula alcanzaron los 110
kilómetros de altura. Los canes viajeros se llamaban: Dezik y Tsigán y fueron
recuperados vivos.
El mundo
fue sorprendido el 4 de octubre de 1957 porque fue puesto en funcionamiento el primer
satélite en orbitar la Tierra. Se llamaba: Sputnik-1 y llevaba un transmisor de
radio. Era una esfera de 58 centímetros de diámetro y tenía un emisor alimentado
con baterías. Emitía ondas electromagnéticas en 20 y 40 mega hertz, que podían
ser captadas por quienes tuvieran receptores sintonizados manualmente. Una
grabación del sonido, así como algunos testimonios, puede encontrarse en la
siguiente dirección de youtube:
En los
Estados Unidos causó un impacto tremendo. La noticia fue dada el 4 de octubre
en los noticieros de la noche y al día siguiente se podía sorprender a muchas
personas volteando preocupadas hacia el cielo. El hecho generó una gran
ansiedad en la población estadounidense, acompañada de una sensación de derrota
y una crisis de confianza que fue inteligentemente aprovechada por varios
sectores de científicos y de empresarios de aquel país.
La
sensación de peligro creció porque el 3 de noviembre 1957 se anunció el vuelo
de la perrita Láika, el primer ser vivo colocado en la órbita terrestre. Lo que
no dijeron entonces fue que el pobre animalito había muerto muy pronto debido a
que los controles de temperatura de la cápsula habían fallado.
A ese logro
parcial siguió el del 15 de mayo de 1958, con el lanzamiento de Sputnik-3. Era
una especie de laboratorio automático que tenía forma cónica, medía 3.57 metros
de largo y 1.73 metros en la base. Pesaba 1 327 kilogramos y fue recuperado
casi intacto de regreso a la Tierra. Contrastaba con el homólogo
estadounidense, que se llamaba Vanguard 1, porque este último medía sólo 16
centímetros de diámetro y pesaba 1.470 kilogramos. Con su estilo arrogante y
desparpajado, el primer ministro soviético, Nikita Jruchov, declaró que
mientras ellos ponían en órbita grandes aparatos, los estadounidenses apenas
lograban hacer volar una toronja.
Al año
siguiente, el 14 de septiembre de 1959. La nave espacial Luna-2 alcanzó por
primera vez la superficie lunar. Unas semanas después, el 7 de octubre de 1959,
la nave Luna-3 pasó por el otro lado de la Luna y transmitió las primeras fotos
de su cara oculta. La noticia llegó hasta nosotros por una radio de onda corta
que mi padre había comprado, con una antena en la parte alta de la casa de dos
aguas donde vivíamos. Lo recuerdo a él conversando con mi hermano mayor, semanas
después, asombrados ambos, mientras observaban con incredulidad una enorme fotografía
contenida en una revista llena de los nuevos nombres de los cráteres
recientemente descubiertos. Decían que todos eran de rusos, pero para mi, que
todavía no sabía leer, eran lo mismo en Ruso que en Español.
Un logro
significativo fue obtenido el 19 de agosto de 1960, cuando por primera vez en
la historia lograron poner en órbita y regresar vivos a los perros Belka y
Strelka.
Como es
bien conocido, el auge de los vuelos tripulados llegó el 12 de abril de 1961,
cuando Yuri Gagarin, de 27 años de edad, realizó el primer vuelo espacial
tripulado.
El primer
contacto con un planeta fue realizado el 12 de febrero de 1961. Con el
lanzamiento de la nave Venera 1 con destino a Venus. Una nave soviética
anterior, la Luna 2, había descubierto la existencia del viento solar, una
corriente de partículas desprendidas desde la corona solar. Esta vez se trataba
de saber cuál era la extensión de ella y encontraron que inundaba todo el
espacio recorrido. Desafortunadamente, el sistema falló conforme se aproximaba
al Sol, de modo que regresó
prácticamente sin datos del planeta Venus.
Dentro de las
primicias soviéticas estaba también la primera mujer en el espacio. Su nombre
es Valentina Tereshkova y voló el 16 de
junio de 1963. Era obrera en una fábrica de textiles y estudiaría después un
doctorado en ingeniería aeronáutica para resolver un problema que ella había enfrentado
durante su viaje al espacio.
Los
líderes soviéticos tenían un problema ¿Cómo decirle que no a toda esta gente?
Oscilando
entre las conclusiones terminantes de la dirigencia de la URSS, tomadas en el
año de 1960, y las peticiones de los técnicos y científicos interesados en los
vuelos espaciales, Nikita Jruchov recibió a Alexander Korolev en el Kremlin el
17 de julio de 1964, y después de una hora y 10 minutos de conversación, le
prometió que lo apoyaría presentando al soviet supremo sus planes. A raíz de
eso Korolev convocó a varias personalidades de la cohetería y las naves
soviéticas para armar un plan que sería entregado por escrito. Constaba de un
sistema amplio de exploraciones espaciales que incluían la Tierra, la Luna y
viajar a Marte. En su primera propuesta proponían un sistema de tres vuelos: el
primero para orbitar la Tierra, el segundo para orbitar la Luna y el tercero
para que un cosmonauta descendiera a ella. La parte débil del proyecto, como se
revelaría después, estaba en el cohete de impulso conocido como N1. Probablemente
por las limitaciones presupuestales impuestas, Korolev redujo de tres a una las
misiones para alcanzar la Luna entre los años 1967 y 1968.
Lo anterior
ocurría después del muy citado discurso de John Kennedy. Sucedía que la
población en Estados Unidos se sentía severamente rebasada por los rusos en
aspectos tecnológicos y creían que su aparato científico, desde las raíces en
su sistema educativo, estaba mal y muy atrasado. Sabiamente, los responsables
de estos ramos aludidos guardaban silencio para que la presión se dirigiera
hacia los políticos con poder de decisión presupuestal. Abrumado por el agobio
de la prensa, el presidente Kennedy decidió que irían a la Luna. Pronunció un
discurso que ahora es célebre y fue así como el 12 de septiembre de 1962
anunció que su país pondría seres humanos allá y los traería de vuelta sanos y
salvos antes de que terminara la década de los años 1960. Muchos críticos saltaron
de inmediato: el ex presidente D. Eisenhower declaró que gastar 40 mil millones
de dólares para llegar a la Luna era una locura. El senador Barry Goldwater
protestó porque los objetivos civiles estaban dejando de lado las metas
militares, que él consideraba más importantes y lo hacía sin saber que
coincidía con los generales y mariscales soviéticos. Kennedy fue a la Asamblea
General de la ONU el 20 de septiembre de 1963 y pronunció un discurso en el que
proponía una expedición conjunta con los soviéticos para llegar a la Luna. Al
mes siguiente, octubre de 1963, Jruchov declaró que su país no tenía planes
para enviar cosmonautas a la Luna. Ahora sabemos que aquéllo era cierto, pero en
su momento nadie le creyó.
En los
primeros años estaba funcionando el Proyecto Mercurio por parte de los Estados
Unidos, cuyos vuelos eran monitoreados, parcialmente, con la estación
rastreadora localizada unos kilómetros al este de Empalme, Sonora. Estaba por
iniciar el Proyecto Géminis y se ordenó, en abril de 1963, la puesta a punto
del Proyecto Apolo para viajar a la Luna.
Tenemos así
que la decisión en los Estados Unidos estaba tomada desde 1963, mientras en el
gobierno de los soviéticos seguían dudando. Esto no se notaba porque los éxitos
“de los rusos” seguían apareciendo, el 12 de octubre de 1964 pusieron en órbita
el primer vuelo de una nave espacial con varios tripulantes, Voskhod-1. Aunque
la cápsula estaba diseñada para una tripulación con dos cosmonautas, las
autoridades presionaron al equipo técnico para que fueran tres. También tuvo el
alcance de ser el primer vuelo sin usar trajes espaciales. Enseguida vendría la
Voskhod 2, con dos tripulantes, pero tal que uno de ellos realizaría la primera
caminata espacial de la historia.
El
Saturno V y el N1
El Saturno
V era un cohete que medía 110 metros de altura y tenía una estructura
cilíndrica. En la base tenía 10 metros de diámetro y constaba de tres etapas
que servían para poner en órbita baja al conjunto que viajaría a la Luna. Lo
harían tomando una órbita que atravesara los cinturones de van Allen por las
regiones más débiles en cuanto a su densidad de partículas cargadas. El empuje
inicial se basaba en cinco enormes motores F-1 que funcionaban durante dos
minutos y medio. Había sido probado estáticamente en marzo de 1959 y había
confianza en su funcionamiento. las pruebas estáticas consistían en fijar el
motor a una instalación que resistiría su empuje y se le dotaba de instrumentos
de medición para conocer la potencia desarrollada, las temperaturas alcanzadas,
la magnitud de sus vibraciones, la estabilidad de su funcionamiento, entre
otras pruebas necesarias. Las pruebas de vuelo se llevaron a cabo desde
diciembre de 1964 y duraron todo el año de 1965. Usaba hidrógeno líquido como
combustible y lo combinaba con oxígeno líquido para generar la reacción química
y obtener el empuje deseado.
Como
cerebro fundamental de este cohete estaba el ingeniero alemán Werner von Braun,
creador de las bombas V2 con las que los ejércitos de Hitler habían bombardeado
Londres en 1944 y 1945. Detrás del desarrollo de este motor había estado una
lucha sorda con los técnicos de la fuerza aérea y de la marina, a través de las
cuales se había financiado el desarrollo de los misiles Vanguard. Un proyecto
que absorbió grandes cantidades de dinero en muy sonados fracasos. Tal vez
había chovinismo y desconfianza en esa preferencia, pues von Braun había sido
mantenido fuera de la jugada hasta entonces. Adscrito al ejército de los
Estados Unidos seguía trabajando sin que lo invitaran al proyecto espacial. Sin
embargo, el logro de los misiles intercontinentales R7 por parte de los
soviéticos prendió las alertas. Estos tenían la bomba termonuclear desde 1955 y
ahora disponían del sistema para plantarla sobre cualquier punto de los Estados
Unidos. Fue así que, a sabiendas de los avances del equipo de von Braun,
terminaron por recurrir a él para aprovechar los motores que había logrado probar
entre 1956 y 1957. Eran los cohetes Júpiter. Así surgió el famoso Saturno V que
llevó las naves a la Luna. Fue un cohete de confiabilidad tan alta que nunca
falló, y como es sabido, permitió llevar a cabo todos los vuelos Apolo.
Por contra
parte, los soviéticos habían elegido un enfoque basado en el cohete N1, cuyo
diseño se inició en 1961 pero que en 1965 no había sido probado todavía. En su
afán por acomodarse a las limitaciones presupuestales, Alexander Korolev y sus
colaboradores propusieron que en lugar de 24 motores NK-15, el N1 llevara 30 de
esas máquinas diseñadas por Nikolay Kuznetsov, un exitoso diseñador de motores
para aviones a reacción, quien creía, como todos sus ayudantes, que no había
mucha diferencia entre diseñar un motor para avión o uno para cohete.
El sistema
de 30 motores NK-15 requería una instalación de plomería muy compleja, lo cual
terminó por exhibir su fragilidad, pues nunca funcionó. A esto contribuyó que
la burocracia, preocupada por los gastos excesivos, planteara que de cada seis
motores se comprobaran solamente dos, lo cual se hizo sin contratiempos, pero
con el agravante de que los treinta motores nunca fueron probados juntos para
asegurar las mediciones necesarias.
El cohete
N1 medía 5 metros menos de altura que el Saturno V pero 7 metros más en la base
y se angostaba en las etapas superiores. Pondría en órbita hacia la Luna a la
mitad de peso que su competidor estadounidense y usaría keroseno como
combustible, lo cual era menos eficiente que el hidrógeno líquido del Saturno
V. Como consecuencia de eso, los soviéticos pensaban llevar dos hombres a la
órbita de la Luna para que bajara sólo uno de ellos.
Se afirma
que la muerte en 1966 del diseñador más importante, Alexander Korolev, influyó
fuertemente en el desarrollo incierto que siguieron los proyectos espaciales
soviéticos. Es difícil saberlo, pues el paso fundamental que los llevó al
fracaso tenía que ver, en gran medida, con la ausencia de prioridad del
proyecto a los niveles más altos del gobierno de la URSS y con la selección
desafortunada de 30 motores que había que sincronizar, en lugar de 5 como
habían hecho los estadounidenses.
Es
interesante saber que en esta decisión influyó la geografía. En Estados Unidos
fabricaban cada motor en un lugar de territorio y lo transportaban en grandes
barcazas desde la costa del Golf de México hasta las instalaciones en cabo
cañaveral, llamado después cabo Kennedy. En cambio, el complejo de lanzamientos
soviético estaba en Kazajstan, en medio del desierto. El transporte de los
motores tenía que hacerse por tierra, en partes, para ensamblarlo finalmente
donde iba a ser usado.
Había una
alternativa al sistema de 30 cohetes del N1, era el sistema UR-700/LK ligado al
equipo de trabajo del diseñador Vladimir Chelomey, con quien rivalizaba
Korolev. Quizá fue por veleidades entre genios que hizo su aparición Kuznetsov,
pero de eso solamente tenemos versiones.
El
decreto 655-268 y el desenlace
Ahora se
sabe que existió un decreto conocido como el número 655-268, en el que el
gobierno soviético aprobó, por fin, un viaje a la Luna como objetivo. La
historia indica que este se emitió secretamente el 3 de agosto de 1964, pero
como se vio en los hechos posteriores, no todos estaban convencidos de eso.
Sin saber
toda esta historia, nos emocionamos con una carrera hacia la Luna que parecía
existir realmente, a pesar del silencio acostumbrado de los soviéticos. Observando
el momento histórico que se vivía, un grupo de personas de Hollywood
aprovecharon el ambiente para rodar una película de bajo presupuesto en la que
los Estados Unidos mandaban una sola persona a la Luna, donde le esperaba un
refugio previamente instalado. Ésta lograba alunizar entre fallas en la
comunicación, dando lugar a que desde Tierra los responsables del control del
vuelo se quedaran dudando si había tenido éxito o no. Antes de perder la
comunicación, el astronauta había respondido una pregunta: ¿vez el módulo de
sobrevivencia? Creo que lo vi, era la respuesta del joven animado a cualquier
riesgo con tal de ser el primero en pisar la Luna. En las escenas finales el
muchacho salía de la cápsula posada en suelo lunar, veía en torno suyo, y
encontraba que no había ningún refugio en donde debía pasar el tiempo
suficiente para que fueran por él. Decidido a buscarlo, encontró primero una nave
soviética estrellada, con dos cosmonautas muertos cuando trataban de escapar de
ella. El único sobreviviente de la carrera espacial caminaba ahora por la Luna
sin encontrar la instalación que le permitiría vivir mientras iban a recogerlo.
El final feliz era que a la vuelta de una gran roca se anunciaba, con una luz
roja intermitente, la instalación que buscaba.
Ahora
sabemos que en la realidad casi ocurrió algo similar. En enero de 1969 los
soviéticos hicieron un acoplamiento entre dos naves espaciales tripuladas
moviéndose en órbita terrestre. Era un procedimiento necesario en la órbita de
la Luna para acoplar el módulo lunar que regresaría con los astronautas (o
cosmonautas) provenientes del suelo lunar para pasarlos a la cápsula espacial
que los regresaría a la Tierra. También era la primera vez que esta acción se
realizaba en el espacio, pues el equipo de los Estados Unidos nunca lo había
hecho. En cambio, el mes anterior, en diciembre de 1968, los estadounidenses
habían orbitado la Luna de la manera en que lo habían proyectado, mientras que
los soviéticos no lo tenían entre sus logros. Con estos hechos, se inició el
año de 1969, dando la apariencia de que había una verdadera competencia entre
ambas naciones.
El 21 de
febrero de 1969 falló por primera vez el cohete N1. El 3 de julio siguiente,
apenas 13 días antes de que partiera el Apolo 11 hacia la Luna, falló por
segunda vez. Los técnicos y trabajadores del cosmódromo de Baikonur estaban
conscientes del riesgo que corrían. Se giró la orden de que todo mundo se
retirara de las instalaciones hasta más de 6 kilómetros de distancia. En
palabras de uno de los presentes, aquel éxodo se parecía a la fuga de la
población soviética cuando los alemanes los habían atacado en el verano de
1941. La persona a cargo era Vasili Pavlovich Mishin, quien le había asegurado
a sus superiores que la lección de febrero había sido aprendida y que esta vez
se alcanzaría el éxito. En esta ocasión la explosión fue de tal magnitud que
destruyó todo el complejo de lanzamientos, comprobando el refrán mexicano que
establece que "lo barato cuesta caro". Al final de esos intentos, más
los realizados en las pruebas del otro sistema de cohetes que se exploraba: el proyecto
UR-700 de Valentin Glushko, resultó que los soviéticos terminaron gastando más
del doble de lo que habían estado dispuestos a invertir. Los historiadores opinan
que en el año de 1964 desestimaron la complejidad de los viajes a la Luna,
planteando que harían en menos de 4 años todo el trabajo que se consideraba
necesario.
Lo que
siguieron fueron dos años de éxitos estadounidenses con el silencio de los
soviéticos, quienes tuvieron necesidad de reconstruirlo todo. El N1 fallaría
todavía dos veces más, hasta que fue finalmente cancelado en el año de 1974.
Por
supuesto que años después los soviéticos se anotaron grandes logros. Pudieron
mantener en órbita a varios cosmonautas durante muchos meses implantando todo
tipo de récords, aprendieron sobre los efectos fisiológicos que sufre el
organismo después de largas estancias en el espacio, lograron resolver
problemas básicos de sobrevivencia, como aprovechar los residuos humanos para
reciclarlos en órbita y pusieron la primera estación espacial girando en torno
a la Tierra. Era como su búsqueda de revancha ante la pérdida de la carrera por
la Luna. Iniciaron sus labores a inicios de 1970 y para el 19 de abril de 1971
tenían la Salyut 1 funcionando. El aprendizaje los llevó a colocar la estación
espacial MIR en 1986, que se mantuvo en funciones hasta el año 2001, cuando la
Unión Soviética llevaba diez años desaparecida.
En cambio,
los Estados Unidos no consiguieron cristalizar su proyecto SkyLab, en el cual
gastaron 2 mil doscientos millones de dólares. Se pretendía una estación
espacial equivalente a la MIR pero nunca lograron, sin embargo, la joya de la
corona ya la tenían en sus manos, habían logrado llegar a la Luna y todo lo
demás era fuego de infiernitos. El éxito de los estadounidenses en nuestro
satélite natural fue un triunfo propagandístico del que los soviéticos no se
recuperaron nunca.
Aquel 20 de
julio por la tarde, mientras terminábamos las labores del día, dos ayudantes de
campesino lo escuchamos en una radio portátil que funcionaba con cuatro pilas
tamaño D.
Organizábamos pequeños bordos con forma de C muy abierta, siguiendo
los diseños indicados por nuestro padre con unas líneas en la tierra barbechada
dos veces y sembrada. Teníamos como objetivo dirigir el agua del arroyo cuando
lloviera. Cosa que no ocurrió a tiempo, y mientras esperábamos las nubes que no
llegaban, las palomas se pasearon por la tierra consumiendo las semillas de
sorgo que habíamos esparcido. Cuando finalmente apareció el agua por el arroyo
quedaban pocas semillas, que dieron lugar a plantas que vimos crecer, separadas
unas de otras y sin mucho beneficio. Semanas después llegó a nuestra casa la
revista LIFE con las fotografías que seguramente fueron transmitidas por
televisión. Era un largo reportaje tan detallado como impresionante. En el
regreso a la Tierra, el 24 de julio de 1969, los astronautas habían tomado una
fotografía en la que aparecía nuestro país. Descubrí que sobre el Estado de
Sonora no había una sola nube.
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