sábado, 13 de marzo de 2010

Los árboles que mecían al viento

Estuve buscando en el Internet,sin encontrar, un cuento que escribió Tomás Brody hace cerca de 30 años. Apareció en una revista de difusión científica que empezó a publicarse en la Facultad de Ciencias de la UNAM y que al parecer ha sobrevivido, toda vez que dispone de una dirección de Internet.

No haré una descripción acerca de quién fue Tomás Brody, pues se puede consultar en la wikipedia escribiendo su nombre, pero también, es posible acercarse a la percepción que tuvo de él su amigo Luis de la Peña, en su artículo: “Tomás Brody: más allá de treinta años de amistad”, que se puede leer en la siguiente dirección: http://www.fisica.unam.mx/ifunam_espanol/brody.php



Tomás Brody habla, en ese cuento que no encontré, acerca de una persona que tenía una teoría peculiar sobre la interacción del viento y de los árboles: el personaje sostenía que cuando las corrientes de aire estaban tranquilas, se debía a que los árboles no se movía para batirlo, de la misma forma que en una piscina no hay ondulaciones de la superficie del agua si un único niño flotando en un salvavidas no mueve el agua con las manos.

Siendo así, cuando los árboles empezaban a agitarse con brusquedad, movían al viento, que empezaba a soplar con más vigor. El cuento de Tomás Brody terminaba pidiendo argumentos, basados en hechos, que permitieran refutar la teoría de los árboles que mecían al viento. Todo ello, sin salir de la zona habitada por el presunto refutador.



Esta forma de voltear la relación causal del viento que sopla y los árboles que se agitan, (o al revés, según el cuento) era una de las muchas formas perspicaces que tenía Tomás Brody para hacer planteamientos agudos sobre la naturaleza de nuestros pensamientos y argumentos. Pero en este blog viene a la luz porque me encuentro revisando papeles, discursos e inserciones pagadas de la rectoría de la Universidad de Sonora en el periodo 1996-2000.

Allí encontré que Jorge Luis Ibarra Mendívil empezó a decir al público que el avance en la formación de maestros en la Universidad de Sonora se debía a las acciones del PROMEP (Programa de Mejoramiento de Profesores), ideado e impulsado desde las oficinas de la Secretaría de Educación Pública en aquellas fechas, por orden del entonces presidente Ernesto Zedillo.

Así como en el cuento de Tomás Brody se voltea la causa y el efecto, Ibarra empezó a darle flores a la SEP sin aportar las estadísticas históricas que mostraban claramente que la cantidad de profesores con postgrado en la Universidad ya crecía a grandes pasos cuando él fue seleccionado como Rector en 1993.

Su programa propagandístico era: cortejar con esas afirmaciones a las autoridades de la SEP y opacar y desvirtuar los logros del Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Sonora (STAUS), que desde 1985 había planteado y firmado la formación de profesores en su Contrato Colectivo de Trabajo, mediante un sistema de becas públicamente convocadas, en lugar de los sistemas a dedo que implantarían los colaboradores de Ibarra casi diez años después.

Las distintas dirigencias sindicales guardaron silencio, dándole así la razón al funcionario mayor de la Universidad de Sonora, que sin asomo de rubor proclamaba que, en materia de número de postgraduados, los árboles mecían al viento.


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