Datos
de una tragedia
El 19 de febrero de
1983 fue sábado, y según el diario El Imparcial del día siguiente,
a las dos de la tarde con doce minutos ocurrió un choque de trenes a
un poco más de dos kilómetros al Norte de Estación Moreno Sonora.
Siguiendo la vía del ferrocarril desde Hermosillo hacia el Sur, se
ubicó a 73 kilómetros de distancia.
Dicho diario publicó
días después lo siguiente: “... se han recabado versiones de los
sobrevivientes en las que hay concordancia respecto a que el tren de
pasajeros empezaba a reanudar la marcha cuando se produjo el
accidente”.
En nota de
Erasmo Gómez, David Medina y Javier Mercado, del martes 22 de
febrero de 1983, se publicó que parte del pasaje "...había
escuchado decir a miembros de la tripulación que tenían que
apurarse ya que por ahí venía el local atrás de ellos." El
artículo de los reporteros continúa después: "La misma
testigo, quien por cierto fue rescatada después de haber quedado
atorada con un tobillo prensado y el cadáver de una mujer encima,
dijo que las puertas del vagón estaban cerradas y que a través de
las ventanillas vieron como los miembros de la tripulación huían
despavoridos al sentir la aproximación del 'local' que traía una
velocidad mínima de 110 kilómetros por hora."
Mi punto de vista,
hasta aquí, es que la rapidez de 110 kilómetros por hora no podía
haber sido determinada sin disponer de mediciones adecuadas. Este
comentario lo asocio con la actitud generalizada en contra del gremio
ferrocarrilero, quienes eran culpados del estado lamentable en que se
encontraban los ferrocarriles en México. En su columna "REMOLINO",
Moisés (Cuervito) Zamora había escrito: "No hay salida, la
irresponsabilidad de la tripulaciónes manifiesta, pero somos tan
dados a buscar el pretexto salvador que no lo dudo lo encuentren para
que una vez más los muertos se vayan al poso y los vivos al gozo
..." Tratándose de un diario publicado por la mañana del lunes
21 de febrero, era claro que el autor había escrito su columna un
día antes, de donde se deduce que a 24 horas de ocurrida la
tragedia, el columnista ya tenía la conclusión condenatoria
disponible.
El domingo 20 de
febrero de 1983 dijeron que había quince muertos, al día siguiente
ya habían encontrado a cuarenta y cuatro víctimas y más de noventa
heridos, un día después se publicó que quizá llegarían a sesenta
y cinco. Finalmente, el miércoles 23 de febrero se transmitió la
noticia oficial: después de retirados los escombros, los muertos
eran sesenta y ocho y había treinta y tres cadáveres sin
identificar. Algo igual de preocupante era que el ministerio público
había recibido cuarenta denuncias de personas desaparecidas.
El jueves 24 de
febrero, en una nota periodística generada desde Guaymas, Sonora, se
dijo que Algo sorprendente de la misma publicación es el párrafo
siguiente: "Se dijo que sería hasta hoy jueves cuando arribe
por la vía aérea el Director de Averiguaciones Previas de la
Procuraduría General de la República y el Lic. Ernesto Avila [sic]
Triana, agente del Ministerio Público Federal, quienes se encargarán
de continuar con las investigaciones iniciadas por los representantes
sociales de Guaymas y Empalme."
¡Es increíble! Ya
habían transcurrido cinco días de la colisión, estaban retirados
todos los escombros, cerradas las cifras de víctimas y casi
desaparecida la evidencia situada en el sitio. Resultaba concluyente
que una tragedia de esta magnitud no había sido tratada como
emergencia por estas autoridades.
De acuerdo al diario
“El Imparcial” se trató de un choque por alcance debido a que se
reventó la manguera de frenos del vagón de pasajeros marcado con
el número 1646, dando lugar a que el tren se detuviera bruscamente.
Su nombre oficial era: “tren número 4”, pero para quienes
vivíamos cerca de la vía del ferrocarril, su nombre era “el
piojo”, porque en éste los pasajeros viajábamos apeñuscados. Con
un frío tremendo en invierno y un calor horroroso en verano. Olía
mal porque las condiciones de viaje eran difíciles, y también,
porque los pasajeros no tenían los cuidados adecuados para mantener
limpios los vagones. Según el periódico mencionado le llamaban: “el
burro”.
La manguera
mencionada en el párrafo anterior era similar a la de la fotografía
siguiente. Unía los sistemas de frenos a base de aire de todos los
vagones de la manera que explico más adelante.
El otro participante
era el tren de carga número 44. Éste era llamado “el local” en
la jerga cotidiana de los ferrocarrileros y viajaba prácticamente
vacío de Norte a Sur (según el mismo periódico). Para situar al
lector iba desde Hermosillo hasta Empalme.
La noticia del lunes
21 de febrero, publicada por el diario El Imparcial en primera plana
estaba colocada en un octavo de página en la parte superior derecha.
La parte superior izquierda estaba ocupada por una fotografía aérea,
tomada mientras volaban con el camarógrafo mirando hacia el Norte.
Es un sitio que puedo describir porque lo conocí muy bien. En la
imagen se podía apreciar hacia el oriente el camino de tierra que
corría paralelo a la vía del tren y se utilizaba para viajar a
Hermosillo. Del lado izquierdo de la foto, parte occidental del sitio
de la tragedia, ya tenían habilitada una desviación (espuela de
ferrocarril) por donde lograron recuperar de nuevo el tráfico cuando
habían transcurrido menos de 22 horas de la colisión. La calidad de
la fotografía permite reconocer al menos tres vagones volcados y
probablemente otros cuatro difíciles de reconocer. Casi veinte
automóviles alineados a lo largo del camino y decenas de personas
presentes. Tal vez ayudando.
Testimonios de
algunos sobrevivientes publicados en el diario
Lo que sigue es nota
de Erasmo Gómez y David Medina:
Una señora cuyo
nombre no fue incluido por el diario narró lo siguiente:
“Recuerdo que el
tren había parado, y algunos pasajeros estuvimos abajo durante diez
minutos. De improviso, vi correr a muchos pasajeros con pánico en
los ojos tratando de salir del carro..
“Comprendí que
algo muy grave estaba pasando y quise correr, pero no tuve tiempo;
todo a mi alrededor giró de improviso y escuché un estruendo, como
el de una bomba. Me arrojé al suelo tratando de cubrirme la cabeza
y, tras la sacudida, intenté levantarme. Por todas partes se
escuchaban gritos de dolor y el piso estaba cubierto por grandes
manchas de sangre. Cuando salí fuera, no se cómo, pude apreciar un
fuerte olor como a petróleo quemado. El carro estaba volcado”.
Según la nota del
diario, un joven narró que alguien había gritado que salieran del
carro porque iban a chocar y contó: “Muchos brincaron por las
ventanillas. Yo corrí con todas mis fuerzas y cuando volví la cara
tras el estruendo, vi cómo se volcaba el carro enmedio [sic] de una
nube de polvo hacia el lado opuesto de donde yo salí. Pensé en los
que salieron por ese lado, todos quedaron sepultados bajo la mole de
acero”.
¿Y qué pasó?
En una nota de
Javier Mercado, Erasmo Gómez y Alberto Camacho, se informa que se
daba por hecho que la falta de aparatos de comunicación y de
señalamientos de emergencia estaban entre las causas de la tragedia.
Probablemente así fue, pero hay algo más que no necesariamente fue
verdad. Ellos escribieron que: “... la escasa visibilidad de una
curva precipitó los acontecimientos.”
Una revisión del
sitio permite concluir que la curva aludida está a 600 metros del
sitio de la colisión. Pude medir esa curva con el sistema de Google
Earth y un programa de imágenes. Constituye un giro largo de 20
grados, y antes de éste, existe una recta de mil 200 metros, que se
toma de Norte a Sur después de otra curva de aproximadamente 24
grados.
La colisión fue al
finalizar febrero. El sitio donde ocurrieron los hechos es un campo
plano con vegetación escasa, y si a eso se agrega que el Ferrocarril
tenía como actividad periódica la eliminación de obstáculos que
impidieran la visibilidad, resulta difícil creer que desde la altura
del maquinista no era posible ver a la distancia y descubrir un tren
igual de alto que la máquina del tren carguero. La vía del
ferrocarril allí es como un pasillo ancho y limpio de maleza donde
se puede ver a distancias relativamente grandes.
Las fotos siguientes están tomadas a cinco kilómetros del punto de la colisión
transmite claramente
la idea de la nota del periódico porque la curva impide saber qué hay más allá de la vuelta, pero esta imagen está tomada a un
metro y treinta centímetros sobre el nivel del riel y no ofrece con
precisión la visión de un maquinista situado a cerca de tres metros
por encima del suelo. Posiblemente el operador de la máquina podía
ver por encima de las puntas de los árboles, pero esperar tal cosa
de un tripulante implicaba un estado de alerta permanente, similar al
de un conductor de automóvil conduciendo por una carretera, lo cual
se percibe difícil de exigir si no estaban entrenados para actuar
así.
En cambio, en la
tripulación del tren de pasajeros número 4 viajaba el tripulante
conocido con el nombre de “el banderín”, cuyo deber era avanzar
hacia atrás varios centenares de metros (un kilómetro según el
periódico mencionado) y colocar los avisos que serán mencionados
más adelante. Esto no ocurrió por alguna razón, pero el 24 de
febrero, en nota de David Medina, emitida desde Guaymas, Sonora, se
decía que el banderín del tren de pasajeros se encontraba prófugo.
Una vez que el tren
carguero (el local) dio la vuelta por la curva mencionada, y el
maquinista pudo tener a la vista el tren de pasajeros, tuvo la
oportunidad de accionar los frenos de emergencia. ¿Cómo deben
funcionar estos?
Razonando a partir
de la hipótesis de que cada tren del Ferrocarril de Pacífico tenía
en buen estado un sistema de frenos de emergencia, debió existir en
el tren número 44 (el local) un cilindro con aire comprimido en cada
uno de los vagones,
conectado a todos
los demás por medio de una manguera que colgaba entre cada par de
vagones.
Si las cosas
funcionaron bien, una señal de caída de presión en el sistema de
frenos debió transmitirse desde la parte delantera del tren hacia la
posterior, con una velocidad de 280 metros por segundo. El papel de
esta caída de presión era abrir el paso del aire del cilindro de
reserva hacia unos hierros con forma similar a una media luna, que
serían empujados para pegarse a cada una de las ruedas y frenar,
rueda por rueda, y vagón por vagón, todo el tren.
¿Cuál fue la
causa del trenazo? Como público, no lo sabemos.
Había una serie de
obligaciones de la tripulación del tren de pasajeros que se
encontraba detenido:
1) Colocar a una
distancia aproximada de un kilómetro una especie de antorcha que los
ferrocarrileros llamaban: espoleta fuse. Una vez encendida, ésta
ardía durante diez minutos.
2) Colocar petardos
que tronaban cuando eran pisados por las ruedas del tren y que eran
colocados en orden y separación que incluían un código reconocible
por los tripulantes.
3) La forma de usar
el silbato de los trenes también podía transmitir señales
codificadas y bien conocidas por la tripulación.
Pensar que una sola
persona podía avanzar cuatro kilómetros para colocar una espoleta
adelante del tren y otra atrás, es absurdo. Caminando normalmente,
una persona saludable puede recorrer un poco más de 3 kilómetros en
40 minutos. Si como se publicó en el diario citado, algunos
tripulantes sabían que venía el tren carguero detrás, entonces sí
es evidente que debía haber priorizado una señal hacia el lado
norte. En particular, a mi me parece que con una espoleta encendida
más allá de la curva que se ubica a 600 metros en dirección norte,
el tren carguero habría tenido un kilómetro y ochocientos metros
para frenar. Por qué no se procedió así, es algo que como simple
público no sabemos.
En el Ferrocarril se
entrenaba al personal, los trabajadores tenían derecho a ascender en
el escalafón siempre y cuando se aprobaran los exámenes
pertinentes. Había cursos para los aspirantes y también tenían
quienes los impartían. Entonces ascender en los puestos no era
gratis, y por supuesto, el sistema de señales tenía que ser
estudiado.
¿Entonces qué
pasó? Seguramente la investigación realizada por el mismo sistema
del Ferrocarril encontró explicaciones, pero los simples visitantes
del sitio del choque no sabemos cuáles fueron los hallazgos. Si en
algún lugar se guardan los archivos, tampoco sabemos dónde están
las respuestas. A lo sumo podemos pensar, y escribir, que ocurrió
alguna cadena de errores.
Pero dejar las
cosas hasta aquí es admitir que la cuerda siempre se rompe por lo
más delgado.
Aparentemente,
trabajadores del ferrocarril declararon que desde hacía tiempo el
sistema de intercomunicación no funcionaba adecuadamente y que no se
les dotaba de las espoletas fuses ni de las banderas y petardos
necesarios. Siguiendo las publicaciones del periódico no pude
encontrar un comentario directo de las autoridades de Ferrocarril del
Pacífico. La única mención al respecto, al menos en el diario
consultado, provino del sub gerente del Ferrocarril de Pacífico,
quien "Dijo desconocer la veracidad de las acusaciones vertidas
por el gremio de los ferrocarrileros de Empalme quienes acusan a la
empresa de no proveerlos de material de advertencia como espoletas
fuses, banderas y que parte de los sistemas de radio
intercomunicación que deben traer las máquinas y cabuses tienen
tiempo sin funcionar de una forma correcta."
Por otra parte, la
posibilidad de disponer de un sistema de radio teléfono que
permitiera comunicación por medio de ondas de radio a varias decenas
de kilómetros era técnicamente factible. Desde veinte años antes,
la Unión Ganadera Regional de Sonora mantenía un sistema así
distribuído en todo el Estado y para hacer funcionar cada aparato
bastaba una planta generadora de corriente que no proporcionaba
potencia para cinco focos incandescentes de 60 watts. En cambio, la
política del ferrocarril siempre fue utilizar baterías livianas
para unidades móviles, las cuales eran de baja potencia, pero en el
interior de una máquina de ferrocarril no había limitaciones de
peso. Por consiguiente, es evidente que antes de la tragedia hubo
decisiones equivocadas.
Mientras en otros
países el ferrocarril se modernizaba hasta el punto de manejar los
cambios de vía por medio de sistemas de control remoto y las
comunicaciones inalámbricas hacían obsoletos los métodos de
espoletas, petardos y señales luminosas, en México se optó por
mantenerse aferrados a la tecnología del siglo XIX.
En las siguientes
imágenes se puede apreciar el sistema utilizado actualmente en la
línea de ferrocarril estadounidense que corre paralela a la auto
pista número 8 (conocida como free way 8). Allí se puede observar
cómo usan la captación de energía solar para operar los sistemas
inalámbricos de comunicación, radar para detectar la proximidad de
los trenes, etcétera. ¿Por qué en México no se hizo algo similar?
Para saber la
respuesta basta abordar la situación de México en febrero de 1983.
El Presidente era Miguel de la Madrid y su Secretario de Programación
y Presupuesto era Carlos Salinas de Gortari, a quien algunos moneros
de un diario nacional bautizaron como: “Salinas Recortari”,
porque se dedicó a desaparecer apoyos para casi cualquier cosa que
se le antojó. El desmantelamiento del ferrocarril estaba en marcha.
Su sucesor, Ernesto
Zedillo, privatizó los ferrocarriles en 1995. Esto sucedió doce
años después del trenazo a dos kilómetros al norte de Estación
Moreno, Sonora. Visto a la luz de los hechos ocurridos, está claro
cuál era el interés del gobierno mexicano. Cuando la colisión
ocurrió, Miguel de la Madrid llevaba 91 días en el cargo y los
recortes generalizados ordenados por su Secretario de Programación y
Presupuesto estaban haciendo estragos. En consecuencia, la
declaración perdida en el periódico podría encerrar parte de la
verdad de lo ocurrido. Quizá al encargado de colocar los
señalamientos le dio flojera, pero también (otro quizá) pudo no
haber tenido ninguna señal en las manos para ir a colocar.
El ferrocarril
mexicano ahora es un desastre. El proyecto iniciado por Salinas de
Gortari, cristalizado por Ernesto Zedillo y sostenido por los
gobiernos panistas posteriores, llevó a la ruina el sistema
ferroviario. Ahora, hasta algunos integrantes del PRI critican la
acción de Zedillo contra los ferrocarriles. Ver:
http://www.jornada.unam.mx/2014/02/13/politica/010n1pol
Elegantes como son,
cambiaron una palabrita del Artículo 28 de la Constitución para
poder entregar los ferrocarriles. Dejaron de ser un “servicio
estratégico” para convertirse en un “servicio prioritario”.
Como escribí hace varios años en este blog, antes de pasarlos a
manos privadas cambiaron todos los puentes que eran de madera para
hacerlos de cemento. Esos puentes que ves ahora, fueron parte del
regalo de Zedillo a la empresa que tiempo después lo convirtió en
uno de sus integrantes del Consejo Directivo.
¿Por qué no
sabemos que ocurrió? A 31 años de ocurrida la tragedia, los
muertos, sus deudos, y el simple público formado por quienes vivimos
alguna vez por allí cerca, seguimos sin una explicación. Sin un
análisis completo de los hechos ocurridos.
3 comentarios:
Tengo 50 años de edad, soy de Hermosillo Sonora y jamás, hasta el día de hoy 11 de mayo de 2017, supe de ésta tragedia!! Tiene todos los elementos para convertirse, si no es que ya lo es, en una teoría de conspiración. Qué lamentable que haya ocurrido eso a tantas familias mexicanas. Espero que llegue a saberse pronto la verdad y los responsables sean severamente castigados por su negligencia, corrupción y falta de amor al prójimo
Interesante, nunca había escuchado esta historia, ¡gracias!
Es increible, yo iba en ese tren, aunque solo contaba con 5 anos , recuerdo bien el accidente , mi familia y yo solo recivimos leves rasgunos,fue muy trajico.
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